El Evangelio de hoy, Lc 5,
1-11, meditado en mi momento histórico, personal y geográfico y en clave
absolutamente egoísta, me hace dudar. No es una duda de fe, es simplemente un
puntito de envidia –dejémoslo en un puntito de envidia- si miro de reojo al
Rito Oriental. Y si lo miro de frente, por mucho que lo estudie, por mucho que
conozca génesis históricas, por mucho que me cuenten, ni he entendido nunca, ni
entiendo ahora, ni creo que llegue a entender jamás alguna “pequeña” diferencia organizativa entre el latino y el oriental.
Como, además, yo he nacido
en un lugar cuya Patrona es Nuestra Señora Bien Aparecida , y no Our Lady of Walsingham, pues vamos a lo que vamos, que es lo que hay, y son
lentejas; que son bien ricas, por cierto. De modo que trato de leerlo de una
manera un tanto peculiar.
Imagino que Simón Pedro, a
cuya suegra Jesús curaba ayer, deja de ser él para que ocupe su lugar
cualquier otro, yo mismo.
“No temas”. Ese “no temas”
alto y claro. Dos palabras simples que producen un cambio radical: no hay que
temer a Dios. Por un lado no hay que temerle a Él, y no hay que tener miedo
cuando dejamos que sea Él quien tome la caña de nuestro barco. Miedo quizás
a nosotros mismos, a nuestras caídas y fracasos, al yoismo, a nuestros
demonios. Pero confianza en el Señor.
Pedro era un avezado
pescador, conocía bien el lugar y seguro que habría hecho sus cábalas de por dónde
andarían con mayor probabilidad los bancos de peces…. Y ni uno sólo cayó en las
redes. Sólo cuando escuchó, confió y cumplió su Palabra, rebosaron... ¡y pidió ayuda…! Si tuviéramos
las redes llenas, a punto de romperse ¿Pediríamos ayuda o seríamos una suerte
de epulones espirituales ahogándonos en autocomplacencia? Y teniéndolas vacías
¿las llenamos del orgullo que nos impide pedir ayuda? ¿Qué hacemos cuando nos
la piden a nosotros?
Duc in altum. Remar mar
adentro. Jesús y Simón-Pedro. A solas con Jesús. Un mano a mano con Jesús para
empaparnos de Él, de su Palabra. Y echó las redes quizás aún medio incrédulo.
Es ese tomar distancias de tierra y de uno mismo, la intimidad con Jesús,
dejarnos cautivar por Él lo que hace que
nos lancemos a la aventura. ¡Y pescar! Sí, incluso donde ya lo habíamos
intentado.
Y le hizo pescador de
hombres. Lo dejaron todo y le siguieron.
Dejarse a uno mismo en la
orilla, vaciarse y que sea Él quien nos inunde y tome la caña. ¿Lo hacemos?
¿Nos quedamos a solas con Él? ¿Vamos con Él adonde nos indica? ¿Adónde nos
llama? ¿A qué nos llama? ¿Salimos al encuentro? ¿Permanecemos abiertos o nos
encerramos en nosotros mismos a modo de sepulcro? Ideamos estrategias,
planificamos actuaciones, pensamos en el éxito, valoramos el éxito con cifras
pero… ¿seguimos nuestros propios planes o los suyos…? ¿De verdad…? ¿seguro que
son los suyos? ¿Lo hacemos porque son los suyos o para alcanzar la autocomplacencia? ¿Lo hacemos por los demás o por nosotros? ¿Por nosotros o por
Él?
Rema mar adentro. ¿Te
atreves? ¿Me atrevo? Sólo hay que remar, nada más; Él lleva la caña.
No tengas miedo. Duc in
altum.
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