Volver la
vista atrás es bueno a veces, como decía
“El baúl de los recuerdos” de Karina. Es bueno cuando identificas desviaciones
del camino y cómo las corregiste, la presencia del Señor, las manos de Cristo
en las de aquellas que de ofrecieron las suyas, los momentos en los que
ensanchamos torticeramente el camino hasta desdibujar la meta. Pero sobre todo
es buenísimo echar la vista atrás y recrearnos en los momentos en los que vimos a
Dios, sentimos su mirada, nos traspasó por cada poro el Espíritu. El encuentro
personal con Dios cambia la vida y la perspectiva de una manera radical, te
transforma la vida en Vida. Eso es una realidad incontestable.
Ilumina y
produce variaciones insospechadas. Compromete. Incomoda. Alienta. Fortalece.
Cambia. Dificulta. Asienta. Facilita. Alegra. Contagia, atrae y es adictivo…
Pero otra
realidad, también incontestable, es la tozudez y facilidad para tropezar con
guijarros. Pues da lo mismo; cada uno de ellos es una oportunidad nueva para
levantarse, sacudirse el polvo del camino y “tirar p’alante” animoso y
confiado. Mirar, así, hacia delante es vivir sin temor, que sí, Karina tiene
razón. Pero uno, además de torpón, es “preocupón” cuando no hay por qué.
Ayer
escuché, en una conversación con mucha gente, que no hay que buscar la gloria ni terrena ni divina y me dije “¿qué se habrá tomado esta persona?”. No
buscar la Gloria
es no buscar la salvación, y no buscar la salvación es rechazarla para la
eternidad. Hay que buscar continuamente la gloria propia y la ajena, es más, buscar
la propia buscando la ajena es una vía segura. Y comencé a recordar algunas
citas de San Alfonso, de Santa Teresa, de San Felipe Neri, de San Francisco
Javier al respecto, y todas me llevaban al mismo sitio: “El negocio de la salvación del alma es el punto más importante de
todos los negocios” (San Alfonso). Pero también me vino a la cabeza otra: “La viña del Señor son las almas que nos
fueron dadas para que las cultivemos con la buenas obras para que puedan un día
ser admitidas en la Gloria
eterna”. Y con todo ello llegué a la conclusión de que, muy posiblemente,
lo que escuché fuera una frase inacabada. Un no pensar continuamente en
alcanzar la gloria, sino que, en lugar de un pensamiento permanente y machacón,
llegue a ser connatural a nosotros mismos, de manera que siendo ya permanente
en nuestro inconsciente ni reparemos en ello. O es que quizás se tratara de un
mero planteamiento puramente filosófico, en cuyo caso cualquier cosa vale,
obviamente.
Y a
vueltas con ello comprendí, de nuevo, que ese encuentro personal te cambia la Vida de tal forma que nada te
es ajeno, de lo contrario me habría dado exactamente igual. La cambia y la
complica. Pero llegué a la conclusión de que, en el fondo, todos quieren
expresar lo mismo. Lo que ocurre es que yo soy más de “al pan, pan y al vino,
vino”; no me gustan nada las indefiniciones estudiadas. Buscar el Reino de Dios
y su justicia, en eso estamos, y lo demás, pues por añadidura. Vamos, lo que
Francisco, como Papa, tantas veces dice: la Iglesia no es una ONG. Porque
claramente no lo es.
En fin,
teniendo claros unos conceptos básicos desde la fe, le doy la razón a Karina:
mirar hacia delante es vivir sin temor. Otra cosa es cuáles sean esos
conceptos; cuáles y cómo se transmitan.
Mirar
hacia delante es vivir sin temor cuando comprendes que es el Amor lo que te
espera, que es por Amor por lo que nos regala la Redención. Eso
te hace vivir sin temor, con dudas, pero sin temor.
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