“Quien no se preocupa de los
suyos, especialmente de los de su casa, ha renegado de la fe y es peor que el
que no cree.” (1 Tm 5, 8).
Confieso que a mi no me hace
ninguna falta una redefinición de “los suyos” ni de “casa”, porque hace años que lo tengo muy claro, aunque a veces parezca que no sepa demostrarlo. Y es extensa, muy, muy extensa.
Desde el viernes pasado
llevamos una racha digamos que convulsa en varios aspectos. Pues es curioso
comprobar, una vez más, cómo los tiempos adversos muestran la solidez cuando la
casa se asienta sobre roca y “se bendice su nombre por siempre”.
El Creador que reclama lo
suyo; la decepción profunda y clarificadora, que se erige en bienaventuranza
para los perseguidos por causa de la Justicia; la enfermedad aleccionadora en
las reflexiones de una niña de 8 años.
Suena el teléfono y recuerdo
haber dicho: “estamos en las mejores manos, las de Dios”. Escuché unas lágrimas.
Suena el teléfono y repito
la misma frase. Escuché algo así como una carcajada.
Suena el teléfono y escucho
la voz de a quien ahora tanto le cuesta comunicarse.
El Señor empieza a hablar. Casualidades, diosidades que nos asombran en un ambulatorio y que continúan asombrándonos en la sala de espera de un hospital. La bondad que se desparrama desde el piso de arriba. Oraciones que sostienen. Manos que no paran de ofrecerse. Mensajes. Llamadas. Whatsapps. Emails. Cristo se nos presenta como flashes de Luz. Cristo que se hace presente casi a cada paso. Ayuda que en la necesidad se hace real. Jesús que cambia el nombre para llamarse Jorge, o Julián, o Joaquín, o Ale, o Pedro, o Teresa, o Antonio, o Pilar, o Carol, o Santi, o Susana, o Esther, o Enrique, o Gonzalo, o Inma, o Bárbara, o Javier, o Marina, o Maira, o Miguel, o Álvaro, o Faus, o Damián, o Blanca, o Paula, u Oita, o muchísimos otros nombres. Y Julián de nuevo venido de lo Alto. Y el Espino que se hace presente. Adultos y niños. Y en cada nombre, en cada oración, en cada llamada, en cada mensaje, un calor que quema.
El Señor empieza a hablar. Casualidades, diosidades que nos asombran en un ambulatorio y que continúan asombrándonos en la sala de espera de un hospital. La bondad que se desparrama desde el piso de arriba. Oraciones que sostienen. Manos que no paran de ofrecerse. Mensajes. Llamadas. Whatsapps. Emails. Cristo se nos presenta como flashes de Luz. Cristo que se hace presente casi a cada paso. Ayuda que en la necesidad se hace real. Jesús que cambia el nombre para llamarse Jorge, o Julián, o Joaquín, o Ale, o Pedro, o Teresa, o Antonio, o Pilar, o Carol, o Santi, o Susana, o Esther, o Enrique, o Gonzalo, o Inma, o Bárbara, o Javier, o Marina, o Maira, o Miguel, o Álvaro, o Faus, o Damián, o Blanca, o Paula, u Oita, o muchísimos otros nombres. Y Julián de nuevo venido de lo Alto. Y el Espino que se hace presente. Adultos y niños. Y en cada nombre, en cada oración, en cada llamada, en cada mensaje, un calor que quema.
Esos son los míos, los de
mi casa. Eso es una Familia, la que hoy nos sostiene para seguir scalando.
Como digo ya al que me pregunta: A mi me sostienen mi fe en Dios y mi familia. Con esos dos bastones se puede caminar.
ResponderEliminarÁnimo en estos momentos y recuerda que tú también tienes dos bastones.
Barbara