Hoy he tenido una curiosa conversación a la hora de comer. Bueno, no ha sido ni siquiera una conversación, porque he hecho lo que tantas veces he criticado y tanto me molesta: evadirme (sí, a pesar del Evangelio de hoy, y el tratar a los demás como queremos que nos traten). Es algo que no suelo hacer nunca, porque me gusta mirar a los ojos y prestar toda la atención, pero no lo he podido evitar. Como sólo todos los días, rodeado casi siempre de las mismas caras, y una de ellas me ha preguntado: “¿Te parece si en septiembre…?”, y directamente me he ido.
Continué sonriendo pero, mientras, yo pensaba: ¿y qué sé yo en dónde estaré en septiembre? Hace un mes no sabía que iría a Astorga la primera semana de agosto y, si Dios quiere, allí estaré; hace seis meses no sabía que hoy estaría trabajando donde lo hago; hace ya tres años, un mes y seis días no tenía ni la más remota idea de que mi Vida daría el giro que dio. Así que… ¿qué se yo? Si ni siquiera sé cuándo me llamará el Señor. Que decida Él.
Creo que eso es lo mejor, que sea Él quien decida, porque cuando es uno quien se empeña en hacerlo todo tiene muchas más probabilidades de torcerse. No se fuerzan ni las voluntades, ni los corazones, ni los intereses, ni los planes porque al final todo se quiebra, y voluntades, corazones, intereses, planes no quedarán no ya en el recuerdo, es que no quedarán ni en el olvido.
Como mucho uno puede intuir más o menos cuál es Su voluntad, e imagino que sea mucho más fácil acertar con ayuda que solo. A partir de ahí, pues eso, ir scalando. De momento voy aprovechando la Novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro para dar gracias por estos tres años, un mes y seis días; para pedir por alguien siempre presente en mi pequeña familia y por mi padre. Con la misma tranquilidad y la misma fe con la que, arrodillado a su lado, recé la recomendación del alma y en ella pedí a Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro y a San Alfonso que salieran a su encuentro para acompañarle ante el Redentor, pido ahora que esté gozando de la contemplación de Dios. Con ese mismo rosario que le ofrecí a besar y sobre cuya cruz exhaló su último aliento, recé el viernes pasado los misterios que me tocaron durante la novena; soy así de raro.
Planes simplemente, como mucho, respecto a mi prole, y entrecomillados. Toya comulgará si Dios quiere el año próximo, pero incluso la fecha y algunas otras cosas son aún un misterio. De modo que, como todo plan, el diario con la confianza en Dios, educando y guiando con María a la prole que nos da, tratando de scalar tras lo pasos de Cristo, de no meter mucho la pata, de ayudar en lo que se pueda, de ofrecer, manos y tiempo; el corazón no, la verdad, porque ese está ya entregado. Hasta el tiempo es suyo, nuestros serán los intereses en cuyo transcurrir pongamos el empeño, a no ser que de los suyos hagamos los nuestros, que es de lo que se trata.
Anteayer creo que escuché a alguien, no recuerdo bien dónde, que hemos venido al mundo a ser felices. Francamente, así, tal cual, no estoy de acuerdo; muy tierno, muy popular, pero como que no. Hemos venido a ser todo lo felices que podamos, a tratar de que los demás sean todo lo felices que puedan, a intentar acercar el Reino a la tierra, pero la Felicidad con mayúsculas solamente la obtendremos al alcanzar la Gloria como regalo del Redentor, del Resucitado; quizás es por esto por lo que cuando más cercanos a la felicidad estamos es cuando nos damos. Sigo siendo rarísimo, pero sin esto último, todo sería una bonita y extravagante filosofía, pero nada más. Es que creo en la Vida eterna, y en el infierno. Vamos, que un friki sin solución. Encantado de serlo y encantado de serlo mientras voy scalando en Familia.
No me hagáis mucho caso, lo mismo es el calor que, como otras cosas, me ha cogido despistado. En fin, que quizás como único plan sensato y novedoso para septiembre, adelgazar, porque con la tripa que tengo siendo el camino tan angosto y la puerta tan estrecha, no sé yo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario