Tengo colgado en el cuarto de estar de mi casa una copia
manuscrita de “La cometa” (http://www.poemaspoetas.com/gerardo-diego/la-cometa)
un soneto que Gerardo Diego dedicara a mi abuelo Eduardo. Lo escribió en Sentaraille,
el pueblecito de Francia de donde era natural Germaine, su mujer. Aunque
pasaran años sin verse, Gerardo y mi abuelo fueron amigos hasta el final de sus
días. Ninguno de los dos soltó la cometa de su amistad fueran cuales fueran sus
circunstancias o sus lugares de residencia. Algo realmente encomiable en una
época en la que el mundo no era una aldea global y las comunicaciones se
limitaban a plasmar con tinta en un papel aquello que encierra el corazón. No
existían más redes sociales que el afecto profundo, sincero y cultivado con el
tesón de la confianza y la perseverancia.
No sé qué es lo que me ha impulsado a descolgarlo y releerlo.
Pero lo he hecho, y me ha llevado a reflexionar sobre lo raro que soy. Continúo
aferrado a unas cuantas cometas, sin soltarlas; aunque vuelen tan alto y tan
lejos que no pueda verlas, permanezco unido a ellas por propia voluntad. Lo
hago no para tirar y acercarlas, que sería tanto como tratar de ahogar la
libertad de su vuelo; no quiero soltarlas para notar en mi mano cuándo les lleguen
vientos azarosos. Así podrán sentir mi pulso firme asiendo con seguridad lo que
para ellas sea un camino de recuerdo y de presencia; no las suelto para que
cuando lo necesiten puedan encontrar el camino a un hogar. Ni siquiera suelto a
aquellas empeñadas con rotundidad en cortar el sedal.
El paisaje está plagado de árboles frondosos, vistosos, también marchitos. Los hay con flores, con frutas, horadados por algún Pito Real o con
avisperos, y cambian de color según las estaciones. La cometa de mi alma a veces
se ha enredado en las ramas de alguno de ellos, pero siempre he sentido el
sedal que la unía al Señor, su pulso firme, la mano de alguien que la ha puesto
de nuevo en la trayectoria del soplo del Espíritu. En la mano de cada uno de
ellos estaba el Señor diciéndome: “Yo te salvo esta vez, como la última vez”.
Por eso no la suelto: para que vuelen. Tengo más de un defecto, muchos más, incluso éste puede que sea otro, pero, aunque en ocasiones me entren ganas, yo no suelto el sedal de mis
cometas. Y no pido perdón por ello.
:) tengo un cariño especial de ese poema por tu culpa.
ResponderEliminarCuando sea el momento volverán a acercarse esas cometas a tu mano o el viento hará que se rompa la conexión. No tenemos que anticiparnos. El tiempo ( ya sea atmosférico o el que hace girar las agujas del reloj) pone a cada uno en sitio .:)
feliz semana !!
Pues contra la fuerza del viento, paciencia, confianza y perseverancia.
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