“¿Y qué haremos en la presencia de Dios sacramentado? Amarle, alabarle, agradecerle y pedirle” (San Alfonso Mª de Ligorio). En esas estaba yo esta mañana, en el Oratorio montado en PS para adorar el Cuerpo de Cristo, cuando me llegaba la noticia de que un cuerpecito pequeñito, una niñita se adelantaba bastantes semanas para venir felizmente a este mundo.
Amándole, alabándole… y agradeciéndole desde lo más gordo a las cosas más nimias, como el medio abrazo de costadillo y como sin querer de un amigo a quien le tengo un tanto enfurruscado últimamente. Y con la noticia la oportunidad perfecta para pedir: una bebé. Esa niñita, nueva parroquiana nacida hoy. Estaba ante algo tan humilde como un trozo de Pan y tan inabarcable como Dios; ante el Cuerpo de Cristo que decidió quedarse para todos, de un Dios que nos ofreció a todos la Redención. Algo tan desbordante como el Amor de Dios. Es difícil recibir una noticia tan buena en un momento tan perfecto. Y con un simple y breve “Jesús, ya viene; cuídala a ella y a sus padres y a su hermano”, finalicé esa primera hora ante el Santísimo, que en mi Parroquia ha estado expuesto de 9 de la mañana a 10 de la noche.
Por la tarde fuimos los cuatro a la Hora Santa. Ha sido extraordinariamente normal verme con mis hijas y mi mujer, con mi familia en familia ante el Señor. ¿Qué podía hacer sino darle gracias por eso? ¿Qué podía hacer sino pedir por los sacerdotes que nos acercan Su Cuerpo? Todo de una sensacional familiaridad. Estábamos en casa, San Alfonso nos habla del “Trato familiar con Dios” y el Papa acaba de remarcar que la Iglesia es la familia de Jesús. No podía ser todo más que eso, familiar.
Me quedo de hoy con un Cristo acompañado permanentemente en mi Parroquia, con mis hijas acompañando Su entrada en la Capilla, con una Hora Santa abarrotada de gente, con un Papa que, como el día de su elección, ha puesto a todo el mundo a rezar a la misma hora al mismo tiempo. No sólo a rezar, a adorar el Cuerpo de Cristo. Pensémoslo bien, el Papa nos ha puesto a todos en todo el mundo a hacer una manifestación pública del fundamento de nuestra fe, como señalando a todos: ese es Cristo, nuestro Dios, Hijo de Dios en quien creemos, no otra cosa.
Y hoy llegó llorando el cuerpecito de un alma, el milagro de la Vida hecho carne, que han bautizado con el nombre de Elvira. ¡Bienvenida!
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