Las palabras de S.S. el Papa hoy en la homilía en Domus Santa Marta me han emocionado, me han conmovido.
No me voy a poner a hablar yo de la paternidad pastoral, ni de la paternidad espiritual, porque obviamente no me corresponde. Sin embargo, si uno es padre es porque tiene algún hijo. De modo que es como hijo como yo me he sentido tocado hoy por Francisco. Puede que incluso doblemente, porque además de ser hijo, soy también padre.
La paternidad, sea ésta biológica o adoptiva, no supone ni más ni menos que ser custodios de un alma que el Creador pone en nuestras manos, pero no solamente para su custodia y punto, sino para su formación integral, comenzando por la espiritual. Actualicemos a nuestra época y mundo los consejos que San Alfonso Mª de Ligorio dio a los padres sobre la educación de los hijos y tendremos gran parte de la clave de este misterio. Porque no deja de ser eso, un maravilloso misterio. No son “nuestros”, son de Él y de ellos mismos; no son una prolongación nuestra; no vienen al mundo para satisfacer nuestros deseos ni las frustraciones por aquello que nos hubiera gustado ser y no fuimos. Son criaturas amadas de Dios a las que debemos ayudar a crecer, enseñar a crecer dentro de su individualidad, potenciando sus capacidades, alentando sus sueños, fortaleciendo su carácter y recompensando su esfuerzo. Con respecto a los padres, no son sino “talentos” que Dios nos regala para su custodia, y llegado el momento nos preguntará sobre el rendimiento que obtuvimos de ellos, es decir, sobre cómo fuimos o no capaces de potenciarles, enriquecerles, enseñarles a ser felices, buenas personas y encaminarles a la libertad tras las pisadas de Cristo. Y hacerlo con Amor, con ternura. ¡Cómo me gusta que el Papa haya hecho en varias ocasiones énfasis en la ternura del hombre! Ternura sin tapujos, porque el hombre es también capaz de ser tierno; es tierno, necesita serlo.
Hasta ahí como hombre. Como “hijo” quiero expresar sencilla y humildemente mi opinión. Y, aunque me cueste un berrinche, lo haré en primer lugar como reconocimiento al “padre” que lleva tres años, un mes y siete días acompañándome a mí y a mi pequeña familia. Porque es así, como hijo, como yo me he venido sintiendo, y exactamente con la misma intensidad y consideraciones que en el párrafo anterior me he expresado como padre. Y cuando es el “hijo espiritual” quien así se siente no lo es por mérito propio, sino porque es el Señor quien le regaló un “padre”; porque con el acompañamiento de ese padre encontró un camino de Luz, libertad de actuación y conciencia, y las marcas firmes y profundas de las huellas de Cristo. Porque el Espíritu nos hace los mejores regalos. Un auténtico cauce de Agua de Vida.
Mi homenaje no va solamente hacia él, alcanza a todos los “padres” Redentoristas que conozco y que he conocido a lo largo de mi vida, en primera persona o no, porque tengo vivo en la memoria cómo el P. Vicente Elejalde era realmente “padre” para mi abuelo Eduardo Casanueva. Podría nombrar a Pedro, Víctor, Olegario, Nicanor, Octavio, Benigno, Leopoldo…. En fin, TODOS los que conozco lo son, y lo son de todos, por mucho que los tengan concretos a través de un determinado acompañamiento.
Homenaje también a los “padres” Escolapios, que tales eran para mi abuelo Enrique Pérez-Llantada; homenaje a algunos Carmelitas, que fueron “padres” de mi abuela Emilia Martínez del Castillo. Sí, la vida religiosa en mi familia siempre ha estado ligada a la Vida Consagrada. Y respecto a mis abuelos los escribo con nombre y apellido, porque siempre hicieron gala, dieron la cara y en alguna ocasión se jugaron la vida por esos “padres”.
Homenaje a todos los sacerdotes diocesanos que son “padres” para tantísimas personas.
A todos, porque ahí donde hay un hijo espiritual es porque hay un padre que decidió dar la Vida por Cristo a los demás. A todos, porque las nueces podridas que caen del árbol meten mucho más ruido que el suave deslizar de las hojas. A todos mi reconocimiento, porque sí, claro que recibieron una llamada, claro que nadie les obligó, pero no eligieron el camino fácil; eligieron el camino a la Gloria para llevarnos a nosotros hacia ella. Se lo merecen, porque por cada individuo con una actitud reprobable hay cientos que son Cristos reales caminando entre nosotros.
Homenaje a todos los sacerdotes “padres”, porque llamarles “padres”, lejos de ser una nomenclatura del nacional catolicismo, o de unas épocas pasadas, es expresión viva de una realidad gozosa. Porque ahí donde una oveja llama “padre” a su pastor, hay un auténtico sacerdote. Y está claro que el Papa, es "padre".
De modo, que, padres: ¡GRACIAS!