Eres tú quien acaricia el rostro de un bebé dormido, y le provocas un esbozo de sonrisa. No es un simple gesto inconsciente, es el reflejo vivo de una ternura plácida; es el reflejo del calor y la seguridad de quien es amado sin saberlo, aunque lo sepa; es la reacción natural de quien se entrega seguro. Una criatura amada sin pedirlo, sin saberlo. Abandonada a quien le ama sólo por ser. La respuesta es la sonrisa, y la placidez y el sueño tierno. Una criatura abandonada a la mirada del Padre.
Ni siquiera soy yo, que no soy apenas nada y lo soy todo porque me miras; porque lo soy todo cuando me veo consciente bajo tu mirada. Cuántas veces pregunto y no te oigo; cuántas veces te busco y no te veo estando ahí. Y sin embargo, en ocasiones, de repente siento cómo me miras, veo cómo me miras. Y no hago nada. Soy apenas capaz de esbozar esa sonrisa y dejarme mirar.
No te quiero dejar escapar cuando esto ocurre. Te oigo entonces en el silencio y en el ruido de la calle. Te veo en mí y a mi lado, y en mi mujer cuando duerme, y en mis hijas, y en el hermano; cierro los ojos y te veo en un pedacito de pan; te veo por la calle en el que pide y en el que da, en el angustiado, en el risueño y en el indiferente; te veo en quien me aconsejó esos salmos. Entonces casi alcanzo a entender por qué no puedo evitar querer, el dolor de amar; casi encuentro sentido al ansiar más, al desear hacer más, al pedir más, al desaparecer yo mismo. Es entonces cuando quiero darte mis ojos, mis manos y mi tiempo. Es ahora cuando me gustaría conocer mis talentos para poder explotarlos. Es así como soy paciente. Así comprendo, no juzgo, entiendo y encuentro la paz. Me vuelvo diminuto ante la fortaleza y el cansancio de María; recobro la ternura al ser yo quien simplemente contempla a mis hijas. Me admiro ante quien pide una mano y ante quien la tiende; ante quien se refugia en el silencio y ante quien grita por los ojos. No puedo dejar de querer, no quiero dejar de querer. Y duele; a veces duele. Y yo ya ni estoy, está la paz. Estás sólo tú.
Cierro los ojos y te vuelvo a ver en un pedacito de pan. Ya no me asusta mirar atrás; hace tiempo ya que no me asusta mirar a popa y encontrarme rodeado de amigos mientras acallo mi nombre entre las risas, sorteando el susurro entre las olas, porque tú estás aquí, ahora. Paciente, fiel. Estás nítidamente en María y en Toya y en Paula, en quien habla en el silencio, en tantos jóvenes y mayores que he venido conociendo; estás en la fe pura, desnuda e ignorada de una indigente. Estás tanto en mi pasado como en mi presente porque, además de mi creador, eres el vigilante amoroso de mi historia. Cierro los ojos y me veo pecador y salvado; y me duele el Agua del Costado, y me duele la Sangre derramada: eso es Amor, tu Amor. Sentirlo así, saberlo así con la certeza absoluta, con la seguridad absoluta del bebé que sonríe me lleva a gritarlo, a contarlo a escribirlo. Nadie, absolutamente nadie debería vivir sin conocer que nos amas. Todos, absolutamente todos deberían conocer lo que significa una palabra: Redención. Tu Palabra. Tu Amor. Tu regalo de eternidad. Nada más importa.
Ni siquiera soy yo aunque te busque, eres tú, Padre, paciente, fiel y tierno que me miras. Interior intimo meo et superior summo meo (San Agustín). Ojalá permaneciera siempre así, consciente de tu mirada.
“Sólo el que la disfruta puede entender cuán suave es la paz de que goza, aun en éste mundo, un alma que está en gracia”. (San Alfonso Mª de Ligorio) ¿Será acaso por eso?
Enrique, me quito el sombrero:
ResponderEliminarlo expresado es harto Impresionante,
luz de espíritu y Amor sincero
luminoso, a la par que deslumbrante...
Un fuerte abrazo,
Javier
Gracias Javi ¡Qué bueno esto de tener un amigo rapsoda!!!
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