Termino una buena semana e inicio otra mejor, cargado de
motivos de agradecimiento. Pensar en mí mismo, tanto cuando lo hago en mis
propias debilidades como en los posibles aciertos, incluso cuando pueda parecerme
necesario detenerme a mirarme un poco, tiene un punto de egoísmo que me lleva a
perder la perspectiva de lo fundamental. Cada individuo tiene una manera
concreta de encarar la vida, de ir acumulando las horas transcurridas al
caminar, o bien de ir scalando de la mejor manera que pueda o sepa. Sea como
sea yo, desde bien pequeño, siempre he sido más feliz cuando me alejaba de mí y
ponía en el centro a otros. Esto no quiere decir nada, ni que fuera mejor ni
peor que otros (peor sin duda en muchas cosas), simplemente que yo disfrutaba
de una manera diferente. Al pasar los años esto ha permanecido invariable, como
invariable permanece la distorsión o el desenfoque que me produce volver a
meterme en el centro; desenfoca la visión correcta, descentra y desazona. Es un
hecho.
Cuando, además, uno ha tenido la suerte de vivir o
experimentar un encuentro con “Jesús el Señor” (brillante, claro, rotundo,
sensato y contagioso ha estado hoy Damián Montes CSsR), la cosa cambia; cambia
radicalmente y, aunque resulte paradójico, el desenfoque de esa mirada al
ombligo es ya simplemente turbador. Pero la llama, precisamente por ese
encuentro, permanece siempre viva; por eso, una conversación con la persona
adecuada, el corazón y tu vida ante el Santísimo y la paz encontrada, colocan
el foco de nuevo en lo esencial.
Recuperado el foco, a pesar del buen tiempo, este sábado
cambiamos un poco los planes familiares. Pensábamos haber ido de excursión,
pero yo había notado una ausencia. La ausencia de una persona servicial,
siempre sonriente, siempre de buen humor, siempre dispuesta. La ausencia de una
persona a quien veo a diario en PS, y que a diario me regala una sonrisa.
Pregunté por él a un compañero suyo y me contó que estaba hospitalizado. Por lo
que él me ha ido relatando en las charlas que hemos mantenido, su vida no ha
sido precisamente fácil y estando en un país extraño, con el corazón dañado de
nuevo y sin familia, pensé que la mejor manera de emplear mi mañana del sábado
era acompañándole un rato en su habitación del Hospital de San Carlos. Allí fui
y me encontré con la habitación vacía; pregunté por él y me dijeron que
posiblemente estaría rezando (sí, es un hombre de fe). Al volverme le vi
caminando por el pasillo. No puedo explicar la sonrisa que me regaló, como no
puedo explicar el regalo que fue para mí esa visita. Esta noche el P. Jorge
Ambel CSsR ha ido desgranando unas palabras que nos han ido abriendo los ojos y
encendiendo el corazón a todos los que las escuchamos, mecidos por el silencio
de peces atentos al pescador. En esas palabras estaba Cristo, el Cristo de la
unidad de urgencias coronarias del San Carlos, que así se llama mi amigo. Ese
Cristo siempre sonriente ante la adversidad; ese Cristo aferrado a María; ese
Cristo que me ha enseñado que, cuando la fe es real, tu sonrisa la transmite
sean cuales sean las circunstancias. Un Cristo pescador.
Sí, mucho de las palabras de Jorge mostraban la actitud de
este hombre que con su vida, con su sonrisa, con su ejemplo es también un
pescador. Cristo y Jorge me han recordado con claridad cuál es el camino, y el
camino por el que yo soy feliz.
Que el centro sea mi mujer y no yo; que lo sean mis hijas y
no yo; que lo sea el hermano y no yo.
Animaos. Es solamente una sugerencia. Poned a otro en el
centro; y luego a otro, y a otro… y con el tiempo tendréis que tratar de
disimular la sonrisa.
Que el centro sea Cristo. Y salir a pescar.
Como siempre, se nota tu intima amistad con Cristo, gracias querido hermano, por estas lecciones de espiritualidad, por este contagio de amor por Cristo, por Nuestra Bella Iglesia.
ResponderEliminarQue Dios Todo Poderoso te bendiga y te ilumine, y vele siempre por tu familia.
La Santisima Virgen los cubra bajo su manto maternal.
Gracias, gracias, gracias querid@ anónim@!!!
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