¿Que no Me ves? ¿Que no Me oyes? ¡Venga ya, no te lo crees ni
tú! En el fondo no te lo crees ni tú mismo, de modo que no te lo repitas o
acabarás creyéndotelo.
Ibas a hacer un simple encargo a una cerería, y tras ese
sencillo encargo estaba Yo o no lo habrías hecho, porque aunque no me veías a
mí, pensabas en otros y yo también soy esos otros; eso tú no lo olvidas.
Qué curioso ¿verdad?, que tu proveedor de velas no asegurara el plazo, que de
todas las cererías que hay en Madrid, encontraras justo esa con exactamente lo
que buscabas y que se ofrecieran a fabricar lo que nadie hacía. Qué curioso que
contiguo al establecimiento estuviera ni más ni menos que el Santo Niño del
Remedio. Y entraste, cansado, agotado, frío y sordo (pero no vacío aunque te
empeñes) a hablar conmigo. Dime: ¿quién habla a quien ni ve ni oye? Qué curioso
que de repente decidieras cambiar tus planes –tú, tan planificador y previsible-
dejando colgada a un alma buena recién descubierta – sí, tú dejando colgado a
alguien sin avisar ¡quién lo diría!- para ir solo porque te reconocías como una
compañía poco recomendable. Qué curioso que el paquete fuera mucho mayor de lo
previsto y te vieras obligado a esperar a un taxi; sí, para dar tiempo a que
entrara en escena el P Jesús Vidal, que el tráfico está como está, os vierais, parara
el coche, se bajara encantador, charlarais y te hablara de Napo que, qué
curioso, vive ahí mismo. Claro, no pudiste evitar evocar aquella semana de
agosto tan intensa junto a mí; sí, lo tenía en el guion, lo reconozco, me gusta
cuidar los detalles. Qué curioso que dejaras tu misa diaria para las siete de
la tarde, aprovechando que tenías que llevar a tu hija mayor a catequesis y en
el último momento no pudieras entrar. Jeje, a que te molestó, reconócelo. Qué
curioso que tuvieras que ir a la de ocho y a la salida, inesperadamente te
encontraras con dos regalos venidos de Valencia. Qué curioso que Lalo – porque hay
que ver cómo quieres a Lalo- se ofreciera a acompañarte a casa. Qué curioso que alguien
con una frase común, mostrándote como un libro, te haga ver que, hombre,
peculiar sí que eres, pero raro, raro, raro tampoco.
Muchas casualidades ¿verdad? Para eso te he regalado esta
semana: para ti, por mucho que te empeñes en verla desperdiciada, y te
enfurrusques por eso, por tu sordera, por tu ceguera y por la falta de
conversación. En ella va, de regalo adicional, que te hayas dado cuenta de que a ti,
paradigma del ombligocentrismo, ya ni te importa que te den largas porque
antepones a tu interlocutor; sí, antes que a ti mismo.
Muchas casualidades. Pues te contaré una cosa: alguien de
quien tanto dices preciarte de ser Amigo, alguien a quien dices querer
tanto, relatando hace años –tú ni le conocías- su experiencia vocacional,
denominó a esas casualidades o coincidencias simple y llanamente “diosidades”.
Ya ves.
Ahora, tú mismo, que yo no obligo a nada. Pero te aconsejo
que releas esto con calma y te lo pienses dos veces a ver si sigues pensando
que ni me has visto ni me has oído. Y descansa, que unos se agotan de actividad
y otros de inactividad; cada uno tiene sus motivos. Después de todo no es
ningún secreto que Yo, al séptimo día, descansé.
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