¿Por qué yo? La verdad, es algo que no acierto a entender. Y
me sobrecoge. No es más que una tontería, pero me sobrecoge. Ayer fue la
segunda vez que alguien me presentó como Laico Redentorista y reconozco que es
algo que me pone la carne de gallina; sé que uno se acostumbra a todo, pero me
gustaría no acostumbrarme y conservar esa sensación. Verme rodeado de tanta
gente buena, infinitamente mejor que yo, me hizo sentirme como un átomo en el
Universo; personas con unas ganas enormes de aprender, y eso en sí mismo es ya
una lección. Yo rodeado de misioneros Redentoristas; yo hablándoles a ellos.
Fui el tercero en intervenir y antes de hacerlo no pude
evitar realizar un recorrido mental de cómo había llegado yo allí: casi como
cuando publicas un tweet y, sin apenas darte cuenta, éste ha recorrido medio
mundo. Todo como una conjunción de voluntades que hacen que otros retuiteen lo
que has escrito. Yo conocí a “Alfonso” sin preverlo; le conocí en uno de sus
hijos a quien voluntariamente me dirigí tras su homilía en una misa entre
semana. Eso fue su tweet para mí, y cliqué en “favorito” acercándome a la
sacristía de PS para hablar con él. Y quedamos. Ese hijo suyo, ese sacerdote
Redentorista es un “Alfonso” de tomo y lomo, y un “tomo” colocó en mis manos, “El
santo del siglo de las luces”. Me hice “seguidor”. No sabía que acababa de abrir mi perfil en esa Familia. De ahí en adelante, como de
tweet en tweet, hasta la tarde de ayer, rodeado de “Alfonsos”. ¿Qué pensaría
el de verdad? Porque yo no podía evitar preguntarme ¿por qué yo?
Tranquilo, feliz, en Familia. No sólo estar físicamente con
ellos, que alguien pensara inicialmente en mí para poder aportar algo a quienes
ofrecen su vida proclamando la Buena Noticia, casi me hace temblar. ¿Cómo no
estar feliz?
Pasarán los años –los que Dios decida-, navegarán los tweets
por la red, aparecerán otras redes sociales, irá cambiando el mundo y nosotros
con él y, puestos a soñar, me encantaría ser un viejecito con mi mujer, mis
hijas y lo que haya de venir, reposando mis recuerdos dentro de esa Familia;
echar la vista atrás y poder decir que cumplí, que traté de cumplir Su
voluntad. Y echando la vista atrás siempre estará el recuerdo vivo del día en que
escuché y conocí a ese gran Redentorista que el Señor puso ante mí y con quien
hayamos recorrido – junto a cada miembro de esa Familia- un camino común, feliz
y fructífero.
Y me puse a hablar; ante el “jefe”, algunos de una cierta
edad y uno bastante joven. Y me di cuenta de lo hermoso que era estar twitteando
en Familia.
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