Hoy ha sido un día de inicio de cambios. Tras aceptar una
nueva oferta laboral, he comunicado en la oficina mi decisión. Al hacerlo he recordado una frase que me dijo mi jefe –y dueño de la
empresa- cuando le conocí y mantuvimos nuestra primera conversación de cerca de
tres horas a modo de entrevista “me importa poco tu CV, por muy bueno que sea,
tienes un puntito emocional que me
desconcierta e interesa; por eso te quiero conmigo”. Con el tiempo, su hermana
me dijo que era producto de una mezcla de fe y emotividad. No lo sé.
Cuando inicié los contactos que me han llevado al cambio, me
puse en manos de Dios; cuando las cosas parecían torcerse, me puse en manos de
Dios; cuando decidí aceptar, me puse en manos de Dios; cuando hoy lo conté, me
puse en manos de Dios. Creo que sentirme en sus manos, ponerme en sus manos, me
hace ver las cosas y afrontar las situaciones con una confianza que no es mía.
Aunque a veces me enfade; aunque a menudo me rebele; aunque caiga; aunque pueda
no entender del todo; aunque aparezcan la impotencia o la frustración. El carácter
no es simplemente cuestión de “carácter”.
Se forma desde niños; esa base innata se moldea con la educación, se matiza con
los años, se corrige con la inteligencia, se centra con los ejemplos, se modela
con el acompañamiento y se afirma y nutre con la fe cuando la fe te invade. Por
eso creo que ni siquiera mi carácter es mío, por decirlo de algún modo. Pero reconozco
que en el fondo de esa base innata sí que está el “puntito” emocional, con sus contras y sus pros, si es que alguno
tiene.
Un puntito que no
siempre es fácil de llevar. Un poco por él soy rápido en los afectos en muchas
ocasiones, y un mucho por la fe, aunque esto sea difícil de comprender. Un
rasgo que facilita y entorpece al mismo tiempo. Tenerlo reconocido es, sin
embargo, una ventaja. Tenerlo identificado me ayuda a diferenciar con relativa
certeza pliegues escondidos en situaciones cotidianas. Puede que sea mi lado
cerebral y de mentalidad poliédrica quien ayude a ello.
El caso es que los afectos, digamos que comunes o habituales,
ahí están. Como están un par de personas a quienes, sin serlo, he adoptado –unilateralmente-
como hermanos; un nivel diferente y paralelo. Ni siquiera lo he hecho yo; como
diría alguien querido y tan cercano como alejado, son regalos caídos de lo Alto.
Que esto me haya ocurrido a mí es algo que asumo con total naturalidad. Que a
María, mi mujer, le pase algo similar con uno de esos regalos, me sobrecoge.
Que, además, mis hijas lo sientan de igual manera me reafirma en la convicción
de que los planes del Señor superan la imaginación más desbordante. Ver esta
noche sus ojos abiertos de par en par cuando las expliqué por qué y por quién
íbamos a rezar, la película vidriosa en los de Toya, los comentarios de las dos…
en fin, no sé muy bien si he identificado también en ellas ese puntito emocional, o es que el puntito emocional me hace ser un poco
como un niño. De ser esto último no puedo más que darle gracias a Dios, porque
me muestra de manera natural –aunque en demasiadas ocasiones me cueste- el
camino a Jn 13, 34; facilita que vayamos scalando en Familia.
Por ser mi
debilidad puede que sea también mi fortaleza.
Gracias por enseñarme a poner todo en manos de Dios.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias a ti Ángelo!
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ResponderEliminarQue linda experiencia,mensaje que enseña mucho y que anima ... ver que Dios de nuestra debilidades puede transformar..convertir en grandeza.
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