Un amigo me ha pedido una oración por algo concreto. Esta
frase casi me retrotrae a mis años escolares con mis queridos Escolapios, a la
clase de lengua: sujeto, verbo, predicado, etc. Pero en esta ocasión el
análisis va mucho más allá, incluso, del metódico análisis de texto en el que
tan concienzudos eran D. José o el Sr. Allende. Lo primero que me encuentro es
al “amigo”. El sujeto más interligado que nunca al verbo, porque en el fondo
implica una relación de reciprocidad que debería siempre ir implícita en la
amistad. La apertura de corazón no solamente se muestra al dar, también al
pedir. El hecho de que un amigo se acerque de este modo a mi me produce una
alegría inmensa, porque de algún modo me está regalando parte de su intimidad
para presentársela al Señor. Y aquí viene otro elemento fundamental de la
frase: “oración”. No pide cualquier cosa, no, pide lo más grande, la oración.
Otra vez alegría, porque me considera digno de ser escuchado; realmente todos lo somos ("Si soy ruin y miserable ¿sobre qué fundamento
puedo apoyar mi confianza de alcanzar lo que pida? Sobre la promesa infalible
de Jesucristo: Pedid y recibiréis", San Alfonso). Y si me acojo
ahora a la oración como “la elevación del
alma y del corazón a Dios, para adorarle, darle gracias y pedirle lo que
necesitamos", tal y como nos enseña San Alfonso Mª de Ligorio
(aprovecho para recomendar a todo el mundo la lectura de “El gran medio de la
oración”, de este santo del siglo de las Luces, porque a pesar del lenguaje
dieciochesco, creo firmemente que hoy en día casi todo el mundo tiene luces
suficientes para entender en el siglo XXI cualquiera de sus obras, a no ser que
efectivamente los planes de educación sean tan nefastos como nos dicen y no
hagamos nada por remediarlo, como alentar a la lectura), pues bien, acogiéndome
como digo a esa acepción, mi amigo me está ofreciendo la oportunidad de elevar
mi alma y mi corazón al Señor; es decir, me está haciendo un regalo impagable.
Cuál sea la intención –ese “algo concreto”- es lo de menos,
es cosa de su intimidad, no de la mía, con lo que sobre ella guardo silencio.
Y bien sabe que su petición será –es- atendida, lo es no como
un do ut des. Es atendida como cualquier amigo que me pide algo, porque sí,
porque es mi amigo. Con mayor motivo porque lo que solicita es oración, algo
que no se le puede negar a nadie, o yo estaría en otra liga diferente a la de
la fe o mi Iglesia. Y además llevada a efecto con gozo por todo lo explicado
hasta ahora.
De modo que si alguien lee estas líneas, le “renvío” el
mensaje, y le pido que rece por la intención de mi amigo. Dios ya sabe de qué
se trata.
Bueno, pues sea por lo que sea y, precisamente porque de oración se trata, cuenta con la mía. Que Dios te ayude y escuche tu petición.
ResponderEliminarPero qué Bárrrrrbara eres. ¡Gracias!
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