Hoy es uno de esos días en los que me acuesto feliz. Los
hierbajos del camino a Belén se van secando y las nubes del horizonte se van
disipando. Pasos que ayudan a escurrir la esponja del corazón para que llegue a
la noche del 24 en perfecto estado para dejarse empapar por el Amor del Niño.
Una tímida sonrisa comienza a esbozarse, casi a modo de ensayo, para ir abriéndose
franca y ofrecerse al Recién Nacido, y el corazón se oxigena para que las
brasas se vayan poniendo a tono y poder calentarle un poquito también a Él con
mi amor.
Un amigo del alma que está en el ADN de esta pequeña familia,
que forma parte de esta pequeña familia y con quien scalamos a diario,
sufrimos, disfrutamos, crecemos, nos mosqueamos y nos partimos de risa (y
además nos provee de unas pelis estupendas); un amigo de la infancia a quien
hace muchísimos años que no veo, y que me ha emocionado hasta las lágrimas con
su mensaje de Facebook por la muerte de mi padre (“recuerda que los viejos
amigos lo somos para siempre, aunque cada cual siguiera su camino”), ¡gracias
Manolo!; una invitación por las bodas de plata de otro; dos amigos que se han
encontrado, traspasando la red; mis amigos de siempre organizando para este
viernes una cena a la que no podré acudir; otra cena para este fin de semana
con dos personas tan especiales que creo que María y yo estaremos flotando, en
una nube porque será estar más cerca del cielo; musiquita poniéndome rojo y
Virgi secundándola; la entrada diaria de Laura que debería estar recetada como
antidepresivo; la propia Bárbara Jr. de quien espero que acabe su día como yo el mío; la tarde de este sábado y la del domingo. También hay otro
encuentro (norte/sur) que no tendrá lugar ahora, pero seguro que el Niño nos lo traerá para
después de Reyes. Más las cenas del 20, del 21, el iEncuentro del 23…
En fin, que es un auténtico gozo ver cómo todos vamos
caminando a Belén, scalando hacia el Pesebre. No se trata ni siquiera de las
cenas en sí mismas, se trata del amor que une a todo ello, que fluye y se dirige
con paso firme hacia el Amor absoluto, pequeñito e infinito. En cada uno de esos amigos late un poquito del propio Bebé.
Y esa alegría, desgraciadamente, no la tenemos todos, no la
vivimos todos. Es un hecho. Pero un hecho que puede cambiar, que DEBE cambiar.
Por eso, si hace un par de días os decía ¡ANIMAOS! Hoy os
digo a quienes ya lo estáis: ¡ANIMAD! Porque el gozo del nacimiento del Redentor
es para TODOS, porque nace para TODOS, porque la Redención es para TODOS. Animad
a los decaídos, despertad a los dormidos, acompañad a quienes están solos. Aún
estamos a tiempo, aún están a tiempo.
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