Justo cuando uno se debate entre la frialdad y la falta de
empatía, entre el corazón ardiendo y el frío exterior, llega a través de una
red social un cálido abrazo familiar del otro lado del charco. ¡Qué bien sienta
y cuánto se agradece!
Porque hay situaciones en las que, tras acabar una intensa
conversación de teléfono, cuelgas el móvil y te ves rodeado de gente andando
por la calle, conocida o desconocida y sientes la necesidad de ese abrazo. Y
llegó, como enviado de lo Alto, como si fuera Él que me dijera: eh, Enrique,
que estoy aquí contigo. Y alguno más se ha sucedido a lo largo de la mañana.
Hay gestos que son necesarios.
He contemplado uno de esos gestos hoy mismo. Contemplar,
exactamente eso, si me atengo a la primera definición que del verbo nos ofrece
la RAE: poner la atención en algo material o espiritual. Ese gesto fue material
y espiritual al mismo tiempo. Ha tenido lugar en misa de una, en el momento de
la paz. Un anciano, extraordinariamente deteriorado físicamente, se volvió con
gran dificultad hacia su mujer que estaba en silla de ruedas y, aunque no
acertaron más que a rozar sus frentes, me pareció un hermosísimo beso cargado
de Amor. Sentí una ternura inmensa. Y envidia; de la buena, eso sí. Envidia
pensando en otro anciano. Envidia pensando en mí mismo. Me encantaría ser ese
anciano acercándome enamorado a María.
Hace ya bastante tiempo, diez años largos, se pusieron en
contacto conmigo unos Head Hunters, y tras un larguísimo proceso de selección
dudaban entre otra persona y yo. Decidieron hacer una especie de careo. Nos
reunieron a los dos y tras una extensa sesión de preguntas que había que
responder sin tiempo para pensar, de repente nos encontramos con la última: “imaginaos
que sois ancianos al final de vuestros días y alguien os preguntara cuál fue
vuestro mayor éxito en la vida, ¿qué diríais?”. Me tocaba a mí contestar
primero. En ese entorno, en ese momento concreto de mi vida, nunca sabré ni
cómo ni de dónde me salieron estas palabras: “Haber sido capaz de decirle SÍ a
Cristo”. Caras inexpresivas y silencio sepulcral sólo roto por la profesional respuesta
del otro candidato, bien seguro de sí mismo, cuando quedó claro que yo no tenía nada más que añadir y además había sentenciado mi descarte. Me
cogieron a mí.
Pasaron cosas, me pasaron cosas. Y cuando decidí decírselo me
presentó el regalo de hacerlo en la persona de María, mi mujer.
El gesto de ese señor me ha recordado aquel momento; como me ha
enseñado que hay gestos que son necesarios. Con tu mujer, con tus hijas, con un
amigo, con un desconocido, con quien sea. Porque hay gestos que van tan
cargados del Amor de Dios que lo muestran.
Precioso, Enrique. Me dejas sin palabras.
ResponderEliminarMuchas gracias Bárbara
EliminarBello hermano mio... emotivo verdad que felicito a ti en la gracia de Dios por eese amor en tu familia esposa e hijas que Dios y la Virgen Maria te permitan crecer en cristo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras
Eliminarlindo, y ese gesto también a nuestros seres queridos la familia que no lo hacemos por orgullo y atenido que siempre estarán con nosotros y cuando se acercan las enfermedades graves y la ancianidad, llegamos a la realidad que esa es la verdadera realidad que no somos eternos y los redcuerdos y buenos actos de amor y misericordia si seran eternos, gracias Hno.[or compartir sendo mensaje
ResponderEliminarMuchas gracias
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