“Salve Don Bosco
santo, joven de corazón, mira todo el quebranto de un mundo sin amor.
Juventudes que caminan, sin saber a donde van. Juventudes tan heridas, sin fe,
sin paz, sin luz ni amor…”.
El entrecomillado
anterior corresponde a las primeras estrofas del himno del colegio en el que yo
estudié COU (bufff, casi me asusta pensar la cantidad de jóvenes que no sabrán
a qué corresponden esas letras, COU… ¡qué vejez!), el colegio Salesiano María
Auxiliadora de Santander. Sí, no fue más que un curso, hasta entonces “mi
colegio” fue el colegio San José (los Escolapios, vamos), donde crecí, me formé
y jugué al escondite con Dios; pero como ya desde niño yo iba un pelín
contracorriente, cuando llegó el momento era uno de esos bichos raros de “letras
puras” (latín y griego). Solamente cuatro, de modo que tuvimos que cambiar de
centro escolar. Unos fueron a “La Salle”, otro a “los Agustinos”, y yo a “los
Salesianos”. Allí conocí a Don Bosco. Jamás antes había oído hablar de él. Eran
otras épocas, y yo me di de bruces con un estilo que apuntaba ya maneras hacia
las actuales. La acogida fue extraordinaria y (la cabra tira al monte), decidí por mi
cuenta hacerme con todo aquello que me hablara e informara sobre el Santo Fundador
de aquella casa. No pude no admirarle. Seguí jugando al escondite.
Tras un larguísimo
día de trabajo – y por otro lado bendito, por eso, por tener trabajo- enciendo
el ordenador y me entero por twitter de que más de cien representantes de esas
juventudes sin fe, sin paz, sin luz ni amor han decidido hoy hacerles una
visita a unos cuantos hijos de San Juan Bosco en Mérida. Chicos de 15, 16 y 17
años que se han acercado al Colegio Salesiano “María Auxiliadora” con el
cariñoso saludo de “¿dónde están los curas que los vamos a quemar?” o “más
educación pública y menos crucifijos”; con los profesores seglares han sido un
poco más benevolentes, porque no querían prenderles fuego que los pobres son
solamente unos “putos fascistas” por trabajar allí.
Jóvenes de corta edad,
pero alguna frase del tipo “tú tócame, que te grabo y se te cae el pelo porque
soy menor”, muestran con claridad que son de todo menos ingenuos. Iba a decir “inocentes”,
en lugar de “ingenuos”, pero implica un matiz en el que no he querido entrar,
porque ni les conozco, ni se de sus circunstancias, ni qué le ha hecho estar
tan heridos como para montar algo que es más, mucho más que un lamentable
espectáculo. Porque culpa hay por muchas partes: largos, larguísimos años de
mensajes soterrados que ha ido calando en la sociedad, que se han ido
impregnando en el inconsciente general de la sociedad y han llevado a mirar el
mundo con unos ojos que no creo que sean los del Señor; cambios de vida;
cambios de lenguaje que no son simplemente “de lenguaje” sino que implican la
relativización absoluta, la disculpa por la disculpa, e incluso en muchos casos
la asunción de realidades erróneas como evangélicas; “es que hoy las cosas son
así, los jóvenes son así” como si determinadas actitudes vitales fueran buenas
en sí mismas por el simple hecho de que existen. Azufre infiltrándose entre
perfumes. Y en esos errores, en uno u otro momento, de una u otra forma, todos
hemos caído o caemos en algún momento.
Y con esta idea
rondando mi cabeza, “caigo” en Religión Digital y una noticia sobre el próximo
Congreso de Pastoral Juvenil que se celebrará en Valencia del 1 al 4 de
noviembre, y me detengo en algunas frases sueltas de Monseñor Munilla (que
puede ser de todo menos poco claro, lo que en sí mismo es una rareza que se
agradece). Frases que muestran el desconocimiento de Jesús de la mayoría de los
jóvenes españoles, sus heridas internas, heridas afectivas, la ignorancia
religiosa de muchos jóvenes (yo creo que es mucho más que simple ignorancia) y
entona un mea culpa cuando habla de la “secularización interna” (esto me parece
acertadísimo) de la propia Iglesia (en la que obviamente me incluyo).
Releyendo lo que
llevo escrito, me alegro de haber incluido aquí la palabra “inocentes” porque
si bien los realmente inocentes son los chavales que estudiaban en el colegio
de Mérida, tanto como los trabajadores, religiosos y sacerdotes, en cierto
modo, esos jóvenes visitantes son también “inocentes” si los consideramos como “producto”
de algo sutilmente orquestado desde hace ya demasiado tiempo. Ellos son también
realmente necesitados de auxilios…
Pido por ellos, y
me siento un privilegiado por conocer y querer a un montón de jóvenes con fe,
entregados a los demás, que evangelizan con su sonrisa y con su ejemplo; me
siento un privilegiado por los esfuerzos incansables, la imaginación poderosa y
la fe robusta y radiante de los sacerdotes y religiosos que los acompañan; me
siento un privilegiado por haber conocido
a tantos jóvenes de diversos países en el Encuentro de Blogueros de
Santander y sus novedosos proyectos evangelizadores; me siento un privilegiado
por poder ofrecer a mis hijas el sensacional entorno donde conocer y vivir la
fe que es una comunidad Redentorista, no para que crezcan en una burbuja
irreal, sino para que aprendan que vivir la fe consiste en eso, Vivir, y por
lo tanto darse; me siento un privilegiado por tener fe (pero Señor, aumenta mi
fe); me siento un privilegiado por mi Iglesia, no solamente capaz, si no
deseosa de acoger a ese centenar de chavales, y a centenares de centenares; me
siento un privilegiado por que la fe de mis hermanos sustenta la mía y me ayuda
a ir scalando en Familia.
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