Esta noche un grupo de amigos me ha dado una sentida y
sincera enhorabuena (sé que son muchos más los que se alegran también). Han
mostrado una alegría real. Entre sonrisas y bromas por respuestas dadas casi en
la “senectud”. La verdad, yo estaba encantado; puede que un pelín abrumado.
Pero pensando que qué importa la edad; tenía en la cabeza a un no precisamente joven Pablo de Tarso, a un Siervo de Dios leridano, y a unos cuantos talluditos más.
Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo… scalar en Familia y
en Paz. Ya, ya, salvando todas las distancias… incluida la de la edad, ¡que
tampoco soy el anciano Simeón!
Soy consciente de que además de alegría, algo ha habido de
sorpresa. Pero, como dice mi mujer, uno no se casa pronto o tarde, sino mal o
bien. Y, como los tiempos del Señor no son nuestros tiempos, no importa el
tiempo que uno haya estado jugando al escondite con Dios, lo realmente
importante es que, llegado el momento uno, consciente de que ya no quedaba en dónde
esconderse, decide directamente colocarse bajo Su mirada. A la vista de todos.
Él es, también, infinitamente paciente.
El Espíritu sopla dónde, cómo y cuando quiere. Y hay pequeñas
respuestas a lo largo de la vida; muchas de ellas silenciosas, calladas,
interiores. Y conversaciones, largas conversaciones sin abrir la boca, porque “sin
oración inútiles serán las meditaciones, nuestros propósitos y nuestras
promesas” (San Alfonso Mª de Ligorio). Otras, grandes respuestas claras y
públicas, como la Confirmación; y la intensa y gran respuesta, el inmenso y
sonoro “SÍ” que pronuncié el 31 de octubre de 2003 a la persona de María, mi
mujer. La mano amorosa de Dios a lo largo de mi vida. Sus manos en las de
María, en las diminutas que vemos crecer desde un 2 de marzo de 2005 y un 27 de
febrero de 2007 y a las que procuramos también enseñar a entregarse. Pequeños síes,
síes gigantes, y entre unos y otros tropezones, caídas y dolor lumbar de tanto
levantarse uno. Una cadena de síes; casi como la gracia de la salvación que “es
una cadena de gracias y, todas unidas forman el don de la perseverancia” (San
Alfonso), como leí recientemente en uno de los tweets de @parroquiaps, mi
parroquia, el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid. Perseverancia,
voluntad, escucha, fe, el impagable acompañamiento de un Alquimista abierto, profundo,
sincero y paciente; sí, pero es uno quien decide responder de una u otra forma.
Con la aquiescencia generosa de mi esposa. Y uno se sienta, pregunta y se abre
con Amor a un hermano, o padre, o lo que sea de mi alquimista, con nervios a
pesar de la edad, calmados con el Amor, la claridad y la acogida de quien con
tanto cariño nos invitó a El Espino.
Una cadena de pequeños pasos hasta un simple recognoscere
para continuar, como siempre, scalando en Famia.
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