Hace ya algunos años que por estas fechas me invade la misma
pereza con respecto al tema de Halloween.
Me parece tan absurdo como que empecemos a celebrar funerales celestes,
o a quemar cadáveres, aquí en Madrid, en el Manzanares. Estos ejemplos creo que
no están muy bien puestos, la verdad, porque ambos responden a expresiones
religiosas. Nada más alejado de eso que Halloween, al menos en la actualidad,
al menos lo que en España se ha tratado de importar. Es el proceso inverso a la
inculturación.
Tras años (que los jóvenes de hoy no han vivido), en los que
la transmisión de la fe no era, en líneas generales, realizada de una manera
gozosa, sino más bien impositiva, pasamos al modelo mega progre y de súper buen
rollito, donde el todo o casi todo valía con tal de ser “feliz” (una felicidad
meliflua y efímera), un buenismo sin sustento e intranscendente. Nos
encontramos con el mundo de la inmediatez, el “yo”, la autojustificación según “mis”
circunstancias y “mi” psicología (que llevan de manera natural a eliminar casi
cualquier sentimiento de culpa), la exacerbación del materialismo bien por el
exceso de acumulación o bien por la falta sangrante. Y, al menos en parte,
todos nos dejamos arrastrar. Un nuevo modo de vida que fue poco a poco
eliminando la transcendencia y, no la “idea”, sino la realidad de Dios, la
cotidianeidad de Dios en nuestras vidas, en el mundo, en el hombre.
Se crio a una generación que aprendió a vivir de espaldas a
Dios; una generación a la que no se le habló con gozo y alegría de Jesús, del Evangelio, pero
de una manera clara y explícita. Como mucho metáforas, palabras a medias, casi
parábolas (pero para Parábolas ya tenemos las del propio Evangelio). Primero se
vació el concepto de Dios, se eliminó a Cristo incluso como concepto cultural
(la falta de cultura religiosa en la actualidad es escandalosa). Esa generación
tuvo hijos, chicos que ahora son adolescentes, preadolescentes, niños. Son
muchachos que buscan no saben muy bien el qué, que caminan a veces entre el
desencanto, la falta de perspectivas claras, el propio hedonismo, una
afectividad en formación y su mismo “yo”; y en una época de crisis económica
lacerante. Una sociedad en muchos aspectos vacía, sexualizada al extremo,
materialista….
Bueno, ahora que ya lo tenemos todo a punto, ofrezcámosles algo
aparentemente divertido, un pretexto más de fiesta, y que les haga no ser ellos
mismos por un día, y, al mismo tiempo les aleje el pensamiento de lo perniciosa
que podría ser una festividad religiosa. Démosles Halloween. Y por miedo a “perderles”,
a no “tenerlos” contentos, a no llevarles la contraria, no les hablemos de
otras cosas, no vayan a no ser “felices”.
Pues ahí lo tenemos. Algo que no es ni bueno ni malo en sí
mismo. Algo que a mi me da una pereza infinita.
Que ya, que ya sé que el panorama no es tan negro, y que la
generalización anterior puede que sea desmedida. La inmensa mayoría de los
jóvenes que yo conozco no responden al modelo descrito; pero es que la inmensa
mayoría de los jóvenes que yo conozco puede que sean una inmensa minoría.
Y mientras, en el cole de mis hijas –que debe de ser
rarísimo- no celebran Halloween. Sin embargo, esta semana les han hablado de la
vida de algún santo, y en el curso de la mayor (segundo de Primaria) hoy tenían
que llevar una redacción sobre el que ellas eligieran (por cierto, que Toya la
ha llevado sobre Santa Teresa de Ávila, para que no nos llamen pesados con
Alfonso, Clemente, Gerardo, Juan Neumann…). Son así de raros ¡que incluso les
han explicado la fiesta del 1 de noviembre! Y se lo pasan bomba, y son felices.
Y los miércoles, cuando llega a casa de la catequesis de Primera Comunión en el
Perpetuo Socorro, vuelve entusiasmada; y los domingos en misa en PS disfrutan
como niñas. Y a mi me encanta, aunque no deja de sorprenderme que mis hijas y sus
amigas casi tengan más cultura religiosa ya que muchos de diecisiete años. Pero
como van creciendo en una comunidad Redentorista, van aprendiendo desde ya que
sus manos son para darlas, su sonrisa para compartirla y su vida para anunciar
la Redención. E inmensamente felices. De modo que ahí vamos, scalando en
Familia.
Y para raros, raros, esta noche al acostar a nuestras hijas
variaremos la oración, rezaremos la Letanía de los Santos.
Y ahora que lo pienso, si que hubo una noche de un 31 de octubre
en la que yo me disfracé, y María, mi mujer. Fue en el año 2003. Ella iba de
blanco y yo me puse un chaqué: el día de nuestra boda hoy hace nueve años.