Es grandioso experimentar cómo cuando el ritmo de la Vida se
acelera para alguien querido y le ves próximo a recogerse en los brazos de
María para la gran presentación, uno puede sentir un profundo gozo en el alma. Es
un privilegio comprometedor sentir plenamente, creer firmemente que en Él está
la Redención Copiosa.
Vivirlo en la soledad de la distancia contribuye con fuerza a
la vez a un sentido integral de la individualidad del ser humano como tal y su
engrandecimiento en comunidad. Del dolor al gozo y de la soledad a la compañía.
Mientras la arena va cayendo en el reloj a mi me gustaría
estar ahora mismo en familia, necesito perderme en los ojos de mi mujer. Pero
me resulta curioso también sentir que me gustaría tener el abrazo de algunas
personas; ya lo saben, porque se lo he hecho llegar vía facebook. Me faltó alguien a quien no
incluí intencionadamente, por una simple cuestión generacional. Es curiosísimo
sentir en el dolor la alegría y en la soledad el calor de la compañía. Darme
cuenta del abrazo permanente del Padre y de la Madre, ver que están ahí, y que
sólo de nosotros depende cobijarnos en Sus brazos, compromete. Compromete a
gritarlo, contarlo, mostrarlo. Compromete a hacerlo saber a quienes no lo
conocen.
Esta mañana he tenido una conversación en la que casi ni me
reconozco; me sorprendo y estoy feliz por ello. Momentos de la Vida en los que
todo cobra sentido.
Como individuo eres tú mismo, pero eres minúsculo e inútil sin
los demás; eres minúsculo e inútil si no eres para los demás. Ayer recibí un
mensaje directo en twitter del director de una revista en respuesta a otro mío
felicitándole por San Alfonso, que casi provoca que mi caja torácica se
resquebrajara; ese, unido a otros muchos, fueron engrandeciendo el día. Hoy,
como nunca, siento ese “ser”; ahora, como nunca, me autoreconozco ubicado. Y
agradezco tantos elefantes abriendo los ojos a la zarigüeya (recognoscere et
immanere).
Es curioso cómo en ciertos momentos es el corazón el que
habla y no te fijas en quién te quiere, es tu corazón quien señala a quién
quieres; y a ellos recurres.
Y qué agradable es sentir en la soledad cómo me pierdo en los
ojos de mi mujer, mientras me acurruco en los brazos de María.
Y ahora, confiando en que quede arena en el reloj, me voy a
Santander; quizás cuando llegue se ha dado la vuelta de nuevo, porque eso sólo
Dios lo sabe.
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