Ayer tuve una curiosa conversación con un desconocido;
desconocido al principio, porque cuando se habla con franqueza terminas por
conocer un poquito. Es alguien que busca, pero que se encuentra en pleno
desconcierto. Es más o menos de mi edad, y está desubicado. Le encanta el giro
que parece estar tomando la Iglesia hacia los jóvenes en general porque
entiende que eso mismo hace que la propia Iglesia rejuvenezca, pero al mismo
tiempo tiene una desafortunada sensación de abandono.
“¿Y nosotros, los que no somos jóvenes?” No se refería a
quienes participan de manera activa, aunque no sea más que con la Eucaristía
dominical, hablaba de aquellos que comienzan a tener sed, de aquellos que
quieren acercarse de nuevo –o incluso por vez primera- y que, en muchos casos,
son incluso padres de esos jóvenes sobre los que la Iglesia comienza a poner
una atención especial. Quieren y no saben cómo; se ven intimidados por la falta
de acento. Algo les atrae, y ese algo es la actitud de los miembros de la
Iglesia ante la crisis, la atención de Cáritas, el desvelo de voluntarios,
religiosos y sacerdotes; la Palabra llevada a la práctica.
“Todo son los jóvenes, parece que solamente existieran los
jóvenes”. Le sentí realmente necesitado de auxilio espiritual. Cuando le dije
que acudiera a cualquier parroquia a hablar con un sacerdote (incluso le nombré
como cinco en los alrededores) me contestó: “Ya, y luego qué”.
Independientemente de la edad era el alma de un niño necesitada de
acompañamiento y formación, con el natural y más que comprensible egoísmo que
tienen algunos niños. Quizás porque primero hay que encontrarse, hallar
respuestas, afianzarse, para poder vaciarse, ponerse en Sus manos y darse a los
demás; y empezar a caminar, pero no solo. Entendía que los jóvenes son el
presente y el futuro, pero ni el único presente ni el único futuro. Le atraían
las formas nuevas, pero me comentó que conocía a bastantes a los que esas
formas y lenguaje nuevos les estaban haciendo distanciarse a velocidad de
crucero. Decía sentirse casi como una espinilla entre su hijo mayor y sus
padres; aunque también habló de cómo sus padres empezaban a verse alejados y
sentirse no incluidos.
La conversación me hizo darme cuenta de la cantidad de gente
necesitada que busca y no lo vemos, que muchísimos son padres o familiares de
los jóvenes que se sienten atraídos por una Iglesia en movimiento, aunque me
apenó que puedan sentirse como algo meramente residual. Deberíamos valernos del
tirón de los jóvenes para atender y dar respuesta no puntual a esas personas.
Ahí también debe estar con empeño la Iglesia misionera.
Es cierto que hay mucha gente necesitada: de pan, de palabra, de sentirse escuchado. Lo observo todos los días de la misma manera que constato la prisa de la gente, las pocas ganas del compromiso y la acción. Dentro de la misma Iglesia hay muchos creyentes bonsais que se aplican a sí mismo la ley del mínimo esfuerzo.
ResponderEliminar¿Podría el autor del blog ponerse en contacto conmigo en lamparaencendida@gmail.com para un asunto de blogueros católicos?
Muchas gracias.
Hermano Saulo
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