La casa vacía; ventanas abiertas de par en par que dejan
correr una agradable brisa; frente a mí, el icono de Santa María del Perpetuo
Socorro que me regaló el P Pedro Guembe CSsR. Y el silencio. Mis tres niñas,
María, Toya y Paula, acaban de partir hacia Cabezón de la Sal. Sólo escucho
algunos pájaros que me traen a la memoria el bellísimo “Viaje definitivo” de
Juan Ramón Jiménez……. “Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando”. Tan
bello como triste y carente de esperanza, y por lo tanto de fe.
No es el caso, en absoluto. Yo no…. “estaré sólo, sin hogar,
sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido…” por mucho que
el silencio sólo sea roto por los pájaros cantando (cómo agradezco el hábito
Escolapio y la costumbre familiar de memorizar y recitar poesía).
Se han ido felices; María más feliz que nunca. Enamorada de
la Cruz que lleva colgando, consciente de un proyecto común que en manos de
Dios se irá concretando y afianzando, en Familia. Porque Dios totaliza, aúna, da
sentido y plenifica; por eso exige, o hace nacer la autoexigencia. Se han
marchado tres niñas enamoradas de la Vida, que es la manera más explícita de
estar enamorado de Dios. No llevan al Señor en la maleta; María parte bajo Su
mirada y de su mano las dos niñas; eso es todo.
Y yo me quedo feliz. Permanecer en Madrid supone que tengo
trabajo, y eso hoy en día es un logro. Me quedo feliz porque mi mujer decidió
coger el piolet, y eso supone una Scalada común. Me quedo feliz porque tengo dos
hijas que van creciendo alegres, sanas, felices, sabedoras a su manera de que
caminan tomadas de Su mano, scalando a su manera. Me quedo feliz porque a golpe
de fe, a golpe de piolet, acompañados, y levantándonos firmes vamos
consiguiendo que Tobías 8, 5-10 sea una realidad en nuestra vida.
Aprovecharé el silencio para escuchar…
No hay comentarios:
Publicar un comentario