Hemos disfrutado de un partidazo impresionante, no cabe duda.
Pero puestos a impresionar, además del subidón propio, yo me quedo con dos
fotos:
1.- La serenidad, la humildad y la sensatez de Vicente del
Bosque. Está claro que joven precisamente no es, y me da la sensación de que
infunde la contención y visión de la experiencia a todos esos jóvenes que tanto
nos hacen disfrutar. Parece tener la capacidad de cohesionar y hacer equipo
entre rivales con una habilidad natural.
2.- La breve entrevista de Sara Carbonero a Iker Casillas.
Aparte del morbo propio, me ha sorprendido el capitán de la selección hablando
del transcurso de los años, de dejar paso a las nuevas generaciones. Lejos de
ensoberbecerse, abiertamente muestra la posibilidad del relevo, con una actitud
de humildad y equipo muy difíciles de encontrar en la vida diaria. Ir abriendo
hueco para que el conjunto siga siendo grande.
Un joven hablando de jóvenes; periodistas hablando de la
grandeza de una generación de jóvenes; un seleccionador mayor del que aprenden
los jóvenes inteligentes que quieren hacerlo. Un lujo poder vivirlo, aunque sea
desde el cuarto de estar de mi casa, junto a mi mujer y mis hijas.
Esto referido al deporte y el orgullo nacional. Pues yo,
además, vivo casi a diario rodeado de jóvenes brillantes, alegres, buenos, divertidos,
sensatos, entregados; dotados de unos dones envidiables que ponen
altruistamente al servicio de los demás. Me llenan de orgullo; no de ese
orgullo sanísimo y nacional, no. Me llenan del orgullo que está fundado en el
trato, el cariño, la fe y la pertenencia a una cierta comunidad. En estos días,
varios de ellos emplean su tiempo divirtiendo, acompañando y formando a un
montón de niños en el campamento de verano en el Espino; otros animan las
celebraciones eucarísticas en PS, o son catequistas; algunos han sido llamados
y han dicho “SÍ”. Los hay que estudian magisterio, o medicina, o físicas, o cocina, o económicas, o
teleco, o farmacia, o periodismo, o lo que sea; varios están ya trabajando. A su vez les
acompañan y pastorean otros jóvenes –aunque algunos quizás ya no tanto- que les dedican su vida, como
entrenadores que también infunden sensatez, contención, equilibrio y visión fundados en la
fe. Y algunos mayores tenemos la suerte de aprender, más o menos de cerca, de
su ilusión y su empuje.
Hoy he vivido un día entero de trabajo con uno de ellos,
compartiendo además mesa. Ha sido todo un lujazo. Se llama Ignacio Yrizar y es
un fotógrafo excepcional, pero eso quizás sea lo de menos. Siete horas bajo un
sol tremendo, sin parar, sin siquiera sentarse, y casi sin ser visto. Luego
compartimos mesa y conversación. Hay algo en su mirada intensa común a todos
los miembros de su familia que conozco: bondad, sensatez, profundidad, seguridad,
escucha: como si el Mar de la tranquilidad, en lugar de en la luna, estuviera en los ojos de esa familia. A Ignacio le adorna también una humildad fuera de lo común. A su lado,
mirándole a los ojos, casi podía ver las fotos tiradas en Costa de Marfil, y es
que sus ojos reflejan mucho de lo que han visto y vivido, mucho de lo que él
mismo ha ido entregando. Y con solidez, con la solidez que sólo tiene quien
está profundamente enraizado.
Gracias Ignacio, porque me has hecho sentirme de nuevo
orgulloso de todos esos jóvenes que conozco y que van sembrando su mundo, el
mundo, de Vida. Gracias por haber comido con nosotros, por habernos ayudado a
crecer un poquito. Gracias porque tú hoy has jugado un partidazo impresionante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario