No hay fecha concreta; iba a decir que este fin de semana empezó con un email
que envié el 13 de septiembre de 2011, pero esa no es la realidad. El comienzo
fue con el principio de los tiempos. Él nos Ama, nos piensa, nos crea, nos pone
en este mundo y nosotros vamos scalando, caminando, conociendo y discerniendo;
y a cada paso se nos va mostrando, seamos o no capaces de reconocerlo.
Lo que sí es cierto es que escribí y envié ese correo
electrónico. El destinatario era un chico alegre y bueno a quien había empezado
a apreciar durante la JMJ, aunque en la distancia, en la sombra, hacía tiempo
que venía viéndole crecer. No sólo yo. El corazón de un niño es la mejor criba
para descubrir la semilla entre la paja y la tierra, mostrándola limpia y
nítida, y yo ya llevaba tiempo observando cómo mis hijas se mostraban confiadas
y seguras con él, venciendo timidez y recelos con la naturalidad y frescura con
que solamente los niños y las almas puras saben desenvolverse. Pasaban los
domingos, pasaban los días y las semanas y me sentía contento al contemplar
cómo mis tres niñas iban también queriendo a ese muchacho. Y los días, las
semanas y los meses me fueron descubriendo el alma buena que yo había visto (sin
ningún mérito porque la luz siempre brilla en la oscuridad). Había algo en él
que me recordaba a mí a su edad, y muchísimo que me separaba de él: su
sensatez, su cordura y, sobre todo, su valor. Poco a poco iba emergiendo no
solamente un joven con una cabeza admirablemente bien amueblada, sino una
persona entregada, incansable, comprometida, alegre y de una fe verdaderamente
robusta. Un hombre que resplandeció aleccionador en sus momentos más duros.
Para entonces ya le queríamos con todas las consecuencias que implica querer a
alguien, Amar.
Le he visto erguido cuando otros se abaten, le he visto
luchador en la adversidad, le he visto incansable por su comunidad, le he visto
feliz entre sus amigos, le he visto comprometido con los niños, le he visto
solidario entre los jóvenes: le he visto mostrar a Cristo y ahora le veo
seguirle.
Y yo no puedo –tampoco mi mujer- ni quiero evitar sentirme
orgulloso y feliz, simplemente porque le queremos.
Este fin de semana hemos tenido la impagable fortuna de
compartir en Familia fe y ocio. Juntos hemos acudido a Santo Toribio de
Liébana, en jubileo extraordinario, a besar el madero en el que –según la
tradición- fue crucificado Jesús por todos nosotros. Eucaristía, confesión,
comunión. Que mis labios tocaran un humilde trozo de madera por el que corrió
la sangre derramada por la Redención de todos me deja sin palabras; y compartirlo
con María, Toya, Paula y él ronda la máxima expresión del gozo de la fe.
Y como tiempo hay para todo, tiempo nos dio para disfrutar de
las maravillas de la creación por Potes, por el Río Deva, por Gerra, por
Cabezón de la Sal, por Santander. Y a María, a Toya, a Paula y a mí el Señor
nos regaló una extraordinaria oportunidad para disfrutar con él y de él.
Incluso mis padres, en su casa, pudieron compartir un rato con un joven bueno.
Por cierto, aunque le llamamos Lalo, se llama Álvaro. Y sí,
ya va anunciando la Buena Noticia con su vida.
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