No, no voy a hacer una crítica de “The amazing Spider-man”,
la película, por mucho que me gustara, por muy entretenida que me pareciera y
por mucho que su protagonista, Andrew Garfield, me recordara en cada escena a
un joven amigo de la familia, Íñigo Montero. La vi ayer por la noche, ya “de
Rodríguez”. Una simple noche con dos amigos. Quizás por eso mismo disfruté
tanto, porque lo grande está en lo simple, en lo sencillo, en lo normal, en lo
cotidiano.
Compartir el previo y el post, poder disfrutar de un rato de
conversación franca, abierta, sin dobleces, sin medias palabras ni lecturas
entre líneas da un gustazo tremendo. Porque la Vida está en las nimiedades de
la vida. Reconozco que yo soy un tanto barroco hablando y tendente a los
círculos concéntricos para, por sorpresa, lanzarme al centro de esos círculos. Con
uno de ellos tengo una confianza absoluta, compartida con María, lo que me hace
sentirme cómodo también en el silencio, pero creo que nunca me he sentido eso,
tan cómodo, como ayer. Sé que parecerá una estupidez pero, en mi opinión, poder
compartir un rato con alguien con naturalidad y sin necesidad de abrir la boca
es el culmen de la familiaridad y la intimidad ¡compartir el silencio!; aunque
ayer sí que hablamos. Una conversación que a mí me dijo mucho de quienes tenía
delante; mucho y bueno.
De modo que anoche, en mi oración nocturna, en mi repaso del
día di gracias por algo tan simple y tan normal. Porque si Dios está en lo
pequeño de la vida diaria, ayer estuvo con nosotros mientras compartíamos tinto
de verano, coca cola y cine. Igual que llevábamos gafas especiales para ver la
peli en tres dimensiones, es bueno llevarlas en el corazón para saber
reconocernos bajo la mirada del Señor en cualquier ocasión; admirar su
presencia sin estridencias en lo habitual. Nada nuevo, ya decía Santa Teresa
que Dios está entre las sartenes y las ollas de la cocina; sepamos verlo
también ahí.
Ser consciente de eso es tanto como ser consciente de lo
privilegiado que es uno.
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