Tras un estupendo fin de semana en familia, contemplando cómo
un anciano amaga de nuevo con emerger como un Ave Fenix, ya sufro otra vez los rigores del calor de Madrid y el eco de una casa vacía, por mucho que
mis amigos se esfuercen por mitigar éste último.
No quise volverme sin hacer una visita a la Parroquia de la
Inmaculada, y dar un abrazo al P José Luis. Allí me encontré con una familia a
la que he visto alguna vez en PS y estuvimos hablando un rato. Historias
paralelas. Es algo hermoso lo que nos une, por mucho que ellos sean más de lo
que yo estoy. Era la primera vez que hablábamos con calma, y preveo que no será
la última; aunque el futuro no esté en mi mano, ni en las suyas. En muchas
otras he visto antes la bondad de sus caras.
El viaje de vuelta en el coche de unos amigos, como el de
ida. Pero esta vez venía alguien más. Me confesó que de vez en cuando leía las
entradas del blog, aunque no lo comparte. Se manifiesta ateo, no lo comparte,
lo respeta y le hace pensar. A mi eso también me ha hecho pensar; pensar en qué
puede ser lo que a una persona atea le lleva a volver a visitar y leer un blog
como este. No sé. Pero también recordé a ese muchacho que tenía cinco panes y
dos peces, solamente eso, y posibilitó el milagro de Jesús. Esto me llevó a alguna
de las homilías del P Colinas durante la Novena a Nuestra Señora del Perpetuo
Socorro. Nuestras manos, nuestros ojos, nuestro
tiempo, nuestra sonrisa pueden posibilitar pequeños milagros para algunos;
nuestra vida como cooperación, lo que somos y lo que tenemos. Quizás por eso,
cuando aquel amigo que confiesa su ateísmo dijo que había cerrado el blog en el
que iba plasmando sus reflexiones, yo pensé que solamente una visita recurrente
a mi me valía para no cerrar el mío. Naif, lo sé, pero uno es así.
Casi cinco horas de conversaciones de recuerdos. Yo me evadí
un poco a mi vida actual, y no pude dejar de sentir una pena enorme por algún
amigo que siento que se nos escapa entre los dedos, aunque soy consciente de
que, quizás, dejar nuestras manos abiertas sea el mayor y también el único acto
de Amor que podamos ofrecer, con lo que somos y lo que tenemos.
Y ahora que solamente suenan las teclas de mi PC, mi oración
nocturna irá por él y por mis tres niñas, cuyas voces me gustaría tanto seguir
escuchando.