Scala News

jueves, 21 de junio de 2012

Tres días de Novena en PS


Lo confieso Padre, el primer día de la Novena no era yo quien estaba allí sentado, escuchando. Era un niño de siete años con el corazón acelerado porque iba a recibir a Cristo por primera vez; ni era PS la iglesia. Tuve que disimular que me secaba alguna lágrima cuando me vino lo que espero sea un último recuerdo de aquella época. Y todo antes de la homilía, sólo con tenerle a usted oficiando. Me costó pero me sobrepuse; no lo hice solo, fue, usted y esa sencillez que al principio retumba, luego tumba y acaba recomponiendo. La inmarcesible profundidad de la sencillez y la naturalidad, reflejo de una fe que no se marchita.

Una sencillez que desarma, descoloca y centra. Una profundidad accesible. Una fe atemporal y robusta. Una humildad que eleva y contagia. Un misionero curtido. Una vida de entrega. Y tan normal. El Evangelio. Y todo por María y para el pueblo de Dios. Eso, un sacerdote y misionero Redentorista.

Ese primer día fueron las manos, animándonos a servir. El segundo los pies, ajados por los caminos anunciando la Buena Noticia de Jesucristo. Hoy los ojos... Un tempo in crescendo que me va levantando del banco; pero sin estridencias.

La iglesia engalanada, componentes de los distintos grupos parroquiales animando la celebración, los coros regalándonos sus voces, el fervor de los fieles, las medallas sobre el pecho de los archicofrades, el templo iluminado a toda potencia; todo perfecto. Sí, pero ahora que escribo esto me doy cuenta de la gente tan querida del Presbiterio: los sacerdotes y dos jóvenes. Sin duda ellos son el ramillete que más agrada estos días a la Virgen, formado por aquellos que diciendo SÍ siguieron –siguen- los pasos de su Hijo.

Son sólo los tres primeros días de la Novena a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro; cada día voy a rezar, como homenaje a nuestra Madre. Cada día voy a pedir y a agradecer. Cada día salgo dando gracias por haber estado allí.

Ojalá el año que viene seamos más, porque esto, como todo lo que se vive en el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid es digno de ser vivido y compartido.

Tres días: las manos para abrir la puerta y ofrecerlas, los pies para ir corriendo firme, los ojos que reflejan el alma y que reflejen la mirada de Dios. Y llegará la boca para poder gritarlo.

D. Benigno: ¡GRACIAS!

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