Encuentro que rezar pidiendo por otro, y no por uno mismo, es
un acto hermoso, pero cuando pides a otros que recen por un desconocido sin
decir exactamente por qué y ver que la respuesta es una avalancha de oraciones
no puede menos que emocionarme.
Cuando uno reza por alguien tan querido, como es el caso que
me ocupa, es como hacerlo por mí mismo, pero la respuesta de la gente
sinceramente me ha abrumado. No doy las gracias, porque cuando alguien responde
así no lo hace por quien recurre a ellos, sino como signo de auténtica
Comunión. Hoy es así, una cadena inmensa de orantes.
Gente de distintas provincias, de distintos países, de
distintas edades pero unidas por una misma fe que es la que les impulsa a esa
respuesta inmediata. Peticiones hechas persona a persona y siempre con la misma
respuesta, a las que se unen las oraciones a través de May Feelings. De
América, Europa y Oriente Medio. Desde la candidez de los cinco años hasta, al
menos, los setenta y ocho. Desde personas individuales y en solitario a un
convento de Benedictinos. Casi todos católicos, y también algún luterano en
Alemania.
Es algo hermoso, es algo grande, es algo único. Único no
porque sea en concreto, en este caso, por mi amigo, ni porque yo lo haya
pedido. Lo es porque expresa el desprendimiento y la gratuidad del
Cristianismo, de cada cristiano de manera individual, que nos lleva a sentir
hermano a quien ni conocemos, a sentir prójimo a quien está lejos.
Escribo esto porque tengo la seguridad de que no lee este
blog de manera habitual, porque sé que no lo leerá hoy. Pero ya que lo hago, os
animo a uníos en la oración por alguien a quien no conocéis. Da igual por qué,
el motivo es lo de menos, rezar es lo importante.
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