Cada vez queda menos para la novena a Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro. El año pasado nos hicimos archicofrades toda la familia. A mi
me impuso la medalla un Redentorista superior con un “bienvenido a la Familia”
que me encantó.
Es curioso, porque aunque no hace mucho que arribamos,
echamos el ancla y lanzamos al mar las llaves de nuestro barco, siempre, ya desde
niño he acudido al Perpetuo Socorro de Santa María bajo esta advocación. La
primera estampa con su imagen me la regalaron el 4 de agosto de 1974 en Santander,
el día de mi Primera Comunión en la iglesia de los PP Redentoristas. Comulgué
de la mano del P Benigno Colinas, quien predicará este año la novena en PS. La
verdad es que, aunque a mi abuelo paterno le acompañaba el P Vicente Elejalde,
siempre fue mi parroquia hasta que me fui de mi ciudad natal, y era lugar de
encuentro familiar los domingos a las 12,30 para, tras la misa, comer junta
toda la familia (tíos y primos incluidos) nada hacía presagiar que yo llegara
hasta donde estoy; absolutamente nada. Ni siquiera aquellas tardes después del
colegio en la época de BUP, cuando, tras subir aprisa la Calle Canalejas camino
de casa me detenía en el Alto de Miranda (antes de llegar al nº 20 de Pérez Galdós, hoy Marianela) y pasaba un rato delicioso con la
iglesia casi vacía; tiempos en los que los templos no tenían horarios, las
puertas estaban abiertas independientemente del culto y las benditeras rebosaban de agua. Si cierro los ojos creo que aún me veo: primero
ante el santísimo, dedicando luego un rato a la estatua de San Alfonso (aunque
de niño el Hermano Esteban me hablara de él yo no era consciente del todo ni de
quién era realmente, ni de su magnitud, ni de su Familia) y terminando ante el
Icono que en Santander está a la derecha, a la entrada. Siempre queriendo no
ser visto; siempre inventando excusas por mis retrasos. Dudas, lágrimas y
preguntas sin respuesta de un adolescente siempre sonriente por no ser
taciturno. Y ella siempre conmigo.
Me fui a Londres, y aunque yo acudía a diario al Oratorio de
Brompton Road, alguna vez me acercaba al distrito de Clapham, a St Mary´s; la
primera vez que fui allí lo hice para hablarle de unas chicas de quienes me
hice compañero ocasional, y trabajaban por la noche en la boca del metro de
Earl´s Court, casi pegado a mi casa. Fueron unas Adoratrices españolas (creo
recordar que estaban por High Street Kensington) quienes me dijeron dónde “encontrarla”.
Luego vino París, y aunque yo iba a misa en Neully, al poco de llegar, haciendo
una visita obligada al Père-Lachaise me topé con una iglesia monumental, Notre
Dame du Perpétuel Secours… (creo que es la primera vez que cuento este
periplo); me despedí del grupo de compañeros de la academia con los que iba
y ni sé el tiempo que pasé allí adentro.
Acabé instalado en Madrid y su estampa en mi cartera junto a
la de Calasanz. Pasaron los años, y cómo acabé en PS es cosa del Señor; echar
el ancla y tirar las llaves al mar producto de mi incómoda tozudez, lo sé.
Muchas veces he querido sentarme en su regazo para dejarme coger de su mano, muchas
veces la he pedido que cogiera a otros.
Este año, que el P Colinas predicará, creo que será un niñuco
de siete años quien le escuche, el mismo niño a quien dio su primera Comunión,
y junto a su mujer y sus hijas acompañará al Icono por las calles del barrio el
27 con una gran Familia. Estando ya mi vida sosegada, no sé si alguno de los
días de la novena volveré a mi casa surfeando a medio metro sobre el asfalto
como hice el año pasado cada día (las homilías de aquel sacerdote a menudo tienen ese efecto, y durante esos nueve días se salió), pero sé muy bien por quien la voy a ofrecer;
tengo dos buenas causas:
1-
Acción
de gracias porque el amigo por quien pedimos en familia desde el jueves 24 de
mayo ya estará bien; todo habrá sido una mera anécdota.
2-
Por
la hermana de mi madre, de quien hoy nos hemos enterado que encarará una etapa
tremendamente dura.
Y ahora que levanto los ojos de la pantalla y tengo delante
el icono que me regaló el Padre Pedro Guembe, al ver su mano cogiendo amorosa la del
Niño Dios, sólo puedo decir: Madre, aquí están las mías.
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