Queridísimo
Amigo:
Te dije que sí, que te dedicaría una entrada, y aquí estoy. Lo
primero que te quiero dar son las gracias por compartir todo eso conmigo.
Ya te lo dije, las decisiones personales son eso, personales,
y hay consejos que no se pueden dar, los pasos de la vida son de uno mismo.
Pero ten en cuenta que es mucho el Amor, la ilusión, la fe y el empeño personal
que llevas puesto, arrastrando en ello a toda tu familia; no lo esperabas, pero
tu mujer y tu prole, aunque en la distancia inicial te fueron siguiendo. Casi
todo lo ves como una gracia, como un regalo, pues piensa que la implicación
familiar es también un signo y creo que es el signo más bello de que las cosas
van por el camino recto.
Considera que uno no siempre cae bien, nadie está en la
obligación ni de tenernos simpatía ni mucho menos de querernos y que el hecho
de estar a nuestro lado es una gracia cuando están, pero eso no tiene porqué
ser permanente, ni convertirse en una exigencia por nuestra parte. Ni siquiera
el acompañamiento, o como quiera que lo llames, debe convertirse en una soga
para quien escucha. Tu puedes seguir queriendo en la distancia, aunque te
duela; aunque, como me cuentas, desde hace algún tiempo lo que escuchas son
excusas burdas, infantiles o sustentadas en mentiras o medias verdades. Sí,
puede ser cierto que después de tanto tiempo lo que duela sea la excusa en
lugar de un planteamiento sincero y abierto, pero también es cierto que nuestro
corazón tiene capacidad suficiente para ser comprensivo y acoger la debilidad
del otro. Tu sabes que el corazón se rompe, pero también sana. Has pasado en tu
vida, desde temprano, por situaciones más difíciles; recapacita sobre cómo y de
la mano de quién te recobraste. No sé si te has llegado a plantear que quizás
haya demasiado “yo” en todo esto y bastante poco de los “otros”.
Me cuentas que hay muchísima gente ahí a la que quieres y a
la que no podrás olvidar jamás. Bueno, es que no hay porqué dejar de querer, y
mucho menos olvidar a aquellos entre quienes has sido tan feliz. Pero recuerda
que su compañía te fue dada por añadidura, que tú ni les buscaste ni fueron tu
objetivo; en teoría el objetivo es una misión divina a la que tu decidiste
unirte de manera voluntaria, no personas concretas; y a mí alguien me dijo un
día que Dios es inmutable y es Él quien guía la barca. Es una tormenta en un
mar de fe. ¿Sabes? Un mercader cretense en el siglo XV, pidió a la Virgen que
cesara una violenta tormenta y así finalmente el Icono del Perpetuo Socorro
llegó a Roma. El Perpetuo Socorro de María. Ahora que estamos en su Novena, te
tengo a diario presente. Descansa en la oración; abandónate en el Señor y que
sea Él quien decida.
Pero sé consciente de que aquellos a quienes quieres, seguro
que también te aprecian a ti, aunque eso no sea lo importante. Ni siquiera uno
mismo lo es. Uno no es útil siempre, necesario siempre. Además, puede que no
cuenten aparentemente contigo, pero que te tengan mucho más presente de lo que
imaginas.
Tu no tienes nada parecido a la obligación de la
perseverancia. Pero persevera; quizás dándote un tiempo, a medio gas, en la
distancia, pero no yo no claudicaría de manera radical.
Recuerda el principio, recuerda el porqué, recuerda el cómo.
Decir adiós no es sencillo, sin duda duele. Pero a lo mejor no es necesario
decirlo.
Y no compares; no te compares con nadie, y mucho menos
conmigo que no soy digno de ello ni ejemplo de nada. Sólo Jesús es nuestra medida.
Pero si finalmente no eres feliz, nada de eso te hace feliz,
entonces hay que ser también consciente de que decir adiós es bueno a veces,
por mucho que duela. Aún tienes tiempo. Y tienes amigos, una palabra que yo no
vacío de contenido. Tener amigos es tener a Dios a tu lado. Pero, sobre todo,
le tienes a Él.
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