Allí me colé y en su fiesta me planté. Así definiría cómo
acabé en la Ordenación diaconal de Damián y Víctor. Ya sabía que acudiría algún
grupo de PS, pero yo lo tenía difícil por varias cuestiones que no vienen al
caso, sólo que una de ellas puede ser producto de un innato no querer meterme
donde no me llaman (imagino que por aquello de que dónde no te llaman qué te
querrán), aunque sé que en ocasiones parece exactamente lo contrario. El caso
es que una conversación espontánea en la sacristía antes de la misa de las Familias del domingo
pasado, y alguna en privado, me hicieron ponerme las pilas: “sabes Señor cuánto
lo deseo, así que Tú mismo”. Cuando el hombre propone, Dios dispone; y dispuso.
Dispuso una vez más el desprendimiento de María, la generosidad de alguien más,
y lo aunó a la sinceridad de mi corazón
y la firmeza de mi voluntad. De modo que manos a la obra desde ese mismo
domingo. AVE inviable; bus reservado para irme sólo y por mi cuenta; el coche de María
a disposición de quienes lo necesitáramos. Finalmente Sergio Gallego Naranjo, Íñigo
Montero Manglano, Guillermo Rejas Thomas y yo salimos hacia Valencia en el coche de Guille.
¡Qué felicidad Dios mío! Soy tan raro, tan libra (aunque no creo en la
influencia de los signos zodiacales), que cuando me invade la felicidad o me
da por ser una explosión que avasalla, o directamente me aturdo. Y ayer me
aturdí. ¡Ojalá hubieran podido venir María, Paula y Toya! Te propongo Granada,
Señor, así que ya sabes…
No sé si los jóvenes con quienes compartí coche e ilusión
alucinaron o no con el friki que llevaban abordo y sus largos rezos para el
viaje, latinajos incluidos (a pesar de que usé la versión corta). La
conversación fue impresionante en todos los sentidos, y me permitió vivir con
gozo el producto del buen hacer de los misioneros Redentoristas con estos chicos,
así como ir conociendo más a uno de estos jóvenes (si bien en mi época con 25
ya no eras joven) descubriendo a un imponente Sergio Gallego. Que nadie me
vuelva a hablar sólo de una juventud adormecida, que nadie me vuelva a hablar sólo
de una juventud pasiva, que nadie me vuelva a hablar sólo de una juventud
perdida. Porque existe una juventud con fe, entregada, generosa, incansable, solidaria
y con un corazón que nos les cabe en el cuerpo, y yo soy testigo, les conozco y
les quiero. Allí, en Valencia, llevaba ya varios días parte de ese grupo. Si es
que no hay más que mirarles a la cara, no hay más que mirarles al fondo de sus
ojos, incluso cuando están inquietos o tienen problemas, como todos, porque así
es la vida. Pero su entrega es como un capítulo más, una extensión del
Evangelio. Y aunque las vanaglorias no son más que eso, vanitas vanitatis, el
sacerdote que los acompaña puede sentirse bien, pero bien orgulloso de ellos y
de sí mismo. Así como ellos lo estarán de él. Es una juventud amplia y extensa.
Con parte de esos jóvenes compartí mesa durante la comida, de Valencia y
llegados de varias parroquias Redentoristas de España. Encantado,
verdaderamente contento de ser por estar con esa gran Familia.
La presencia de mis tres niñas era permanente conmigo. Llegar
y contemplar la cara de felicidad de Mariel Casasempere al verme, al ver que
finalmente pude ir, es una expresión sincera y entrañable de su propia bondad.
Y llegó el encuentro con los protagonistas, el abrazo a Damián y a Víctor;
confieso que tragué saliva con los ojos cerrados. Y en mi abrazo no estaba
solamente mi cariño más profundo, estaban también los brazos de mi mujer y mis
hijas.
La ceremonia, presidida por un paisano, fue para mí
especial, personalmente especial. Hacía nueve años la misma persona, por
entonces arzobispo de Oviedo, presidió el funeral de alguien que había
entregado su vida al Señor en su propia familia, dedicada -desde que ya no pudo trabajar más- a su marido y sus
hijos mientras luchaba durante años con fe, entereza y ejemplaridad contra el cáncer. Su
siguiente meta a la que llegar era mi boda, y no lo hizo. María y yo estábamos
con algún amigo más como extensión del duelo, en la iglesia de los Jerónimos de
Madrid. Ahora estaba feliz y en la parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados en
Nazaret, en Valencia. Una parroquia Redentorista en un lugar humilde; imagen
viva del carisma de la Congregación. Y los protagonistas dos jóvenes misioneros
cuya vida es día a día menos suya y más de Él. Todo ello un símbolo de que en
realidad la Redención Copiosa se nos ofrece a todos.
Pues ya sabes, mi buen Dios, a ver si en Granada nos colamos
cuatro…
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