Gracias a unos extraordinarios amigos hemos podido vivir un inolvidable
fin de semana lleno de sonrisas y emociones intensas en Eurodisney. Unos auténticos privilegiados.
Si toda opinión que no atente contra la Ley Natural es
respetable, imagino que también habrá de serlo la mía, aunque soy consciente de
que se salga de la norma (a menudo es incluso incómoda, lo sé). Y sé que se sale de la norma, porque lo que he vivido
y visto me ha provocado sensaciones diferentes.
Una familia, un matrimonio con sus dos hijas, entregados a
que disfrutaran cada momento, pero con una cierta mesura. Realmente había tres
niñas, porque posiblemente mi mujer fuera la más niña de todas. Ha sido una
expresión palpable y en estado puro de lo distintas que son, reconociendo lo
que de su madre y de mi mismo tiene cada una y lo muy “ellas mismas” que son
ya. A la mayor, de una sensibilidad y responsabilidad muy fuera de lo común, el
corazón se le salía por los ojos; disfrutaba viendo; disfrutaba disfrutando;
disfrutaba viendo disfrutar y, quizás para su desgracia, he percibido mucho de
mí en ella. Esos ojazos oscuros eran la expresión misma de todo lo que iba
interiorizando. A su hermana, dos años más pequeña, el corazón se le salía por
cada extremidad; lanzada, queriendo no perderse nada, probarlo todo,
experimentarlo todo, con las pequeñas limitaciones de su condición de celíaca
que allí se hicieron especialmente patentes y crueles; tan intrépida como su
madre. María, la mayor de las tres niñas, llevaba el corazón en su sonrisa
permanente. Para mí eso ha sido la mejor atracción, el mayor espectáculo. No ha
sido un salir de la rutina habitual, ha sido todo un regalazo aprovechado al
máximo. Viviendo todo quizás de una manera singular, observando y gozando a la
vez de la felicidad de esas tres niñucas.
Pero he de reconocer que, ese mundo irreal de ilusiones
enlatadas, ese paréntesis rosa en la cotidianeidad humana, no es en absoluto mi
ideal. He visto una gigante industria que proporciona un enorme número de
puestos de trabajo, cierto, y eso también me ha hecho disfrutar. Pero es una industria
focalizada –realmente como toda industria- a la obtención de beneficios, sin
tener en cuenta particularidades hoy en día bastante más que generalizadas: niños
con cara de desilusión porque sus padres no podían comprarles ni una sola
chuche en un mundo dedicado a los niños, porque nadie sabía las especificidades
de alérgenos; imagino que debe de ser muy difícil formar a un personal de tan
alta rotación, pero quizás un mínimo etiquetado fuera suficiente (los
españolitos somos muy críticos con nosotros mismos, pero hay cosas que hacemos
o muy bien o mucho mejor) . El personal sencillamente encantador, de los que
destaco una portuguesa adorable que se desvivió porque Paula pudiera cenar de
manera adecuada la primera noche, y un granadino entrañable de nombre José. He
visto padres que desconocen el “no” para sus hijos, con lo que esos niños
parecían tener el rigor tiránico de la exigencia permanente en la punta de la lengua;
eso me ha dado un poquito de miedo. He visto matrimonios de muy avanzada edad,
solos y emocionados en ese universo de cuentos; algo más que curioso.
Me he dado cuenta del desarrollo galopante de un país: el
mío. Quedaron muy lejos esos años en los que los españoles éramos conocidos por
dar la nota, porque sin ningún género de dudas –corroborado por los empleados
del lugar- si por algo destacamos es por educación. Pero ese desarrollo tiene
también sus consecuencias: la media de hijos de los matrimonios españoles e
hispanos afincados en Europa que pasan por Disneyland Paris es de uno o dos, mientras que la media de los
rubios rubísimos ha superado ya los tres; esto me apena y me hace pensar.
Las dos pequeñas se lo pasaron en grande a pesar –o puede que
también por eso- de todos los “no” que tuvieron que escuchar por nuestra parte
viendo el consumismo enloquecido que nos rodeaba. Con alguna pequeña reflexión,
como al lanzar la moneda al pozo de los deseos: “tirad la moneda, pero lo que
queráis pedir se lo pedís a Dios, a través de la Virgen, de los santos o
directamente, pero sobre todo fuerza y ánimo para conseguirlo por vosotras mismas”.
Y lo confieso, yo disfrutando como un enano, incluido mi iBreviary en el móvil.
Esforzándome porque la mayor venciera sus miedos, y aprendiendo que cada uno es
como es, y si bien se debe alentar y animar no es bueno forzar; disfrutaba con
el ambiente y quiso probar también la giga atracción, una contraindicada a
hipertensos y cardiópatas a la que yo me iba a montar para que ella pudiera
hacerlo. Justo en el último momento se arrepintió y nos salimos los dos. Ya afuera,
hablando con un señor que resultó ser un cardiólogo andaluz algo más joven que
yo, me dijo “¿estás loco? Pues piensa que puede que tu hija te haya salvado la
vida”; hombre, digo yo que no fuera para tanto, aunque por si acaso yo ya había
enviado un tweet medio en broma con alguna última petición dirigida a unas buenas y queridas personas.
Estando allí, he recordado cómo, de pequeño, cuando jugaba a
las cartas, al juego de las familias, me importaba un bledo ganar o no, formar
o no las familias completas, lo que me importaba era lo que había detrás de lo
que representaban; y he recordado que un día, como con siete u ocho años, un
señor que se llamaba Hermano Esteban – y no voy a aclarar hoy ni porque era “hermano”
ni a que Familia pertenecía- me dijo simple y llanamente: “un día, Enriquín, te
darás cuenta de que esas preguntas no te las haces tu sólo, Alguien te las hace
a ti”. Sí, en efecto, ese día llegó.
Y aunque San Alfonso me daría un tirón de orejas por aquello
del orgullo, he vuelto muy satisfecho por mis hijas; creo que, de momento, no
lo estamos haciendo mal del todo.
Diana y Marcos, GRACIAS por un fin de semana inolvidable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario