Scala News

domingo, 13 de mayo de 2012

Reflexiones de un fin de semana singular


Gracias a unos extraordinarios amigos hemos podido vivir un inolvidable fin de semana lleno de sonrisas y emociones intensas en Eurodisney. Unos auténticos privilegiados.

Si toda opinión que no atente contra la Ley Natural es respetable, imagino que también habrá de serlo la mía, aunque soy consciente de que se salga de la norma (a menudo es incluso incómoda, lo sé). Y sé que se sale de la norma, porque lo que he vivido y visto me ha provocado sensaciones diferentes.

Una familia, un matrimonio con sus dos hijas, entregados a que disfrutaran cada momento, pero con una cierta mesura. Realmente había tres niñas, porque posiblemente mi mujer fuera la más niña de todas. Ha sido una expresión palpable y en estado puro de lo distintas que son, reconociendo lo que de su madre y de mi mismo tiene cada una y lo muy “ellas mismas” que son ya. A la mayor, de una sensibilidad y responsabilidad muy fuera de lo común, el corazón se le salía por los ojos; disfrutaba viendo; disfrutaba disfrutando; disfrutaba viendo disfrutar y, quizás para su desgracia, he percibido mucho de mí en ella. Esos ojazos oscuros eran la expresión misma de todo lo que iba interiorizando. A su hermana, dos años más pequeña, el corazón se le salía por cada extremidad; lanzada, queriendo no perderse nada, probarlo todo, experimentarlo todo, con las pequeñas limitaciones de su condición de celíaca que allí se hicieron especialmente patentes y crueles; tan intrépida como su madre. María, la mayor de las tres niñas, llevaba el corazón en su sonrisa permanente. Para mí eso ha sido la mejor atracción, el mayor espectáculo. No ha sido un salir de la rutina habitual, ha sido todo un regalazo aprovechado al máximo. Viviendo todo quizás de una manera singular, observando y gozando a la vez de la felicidad de esas tres niñucas.

Pero he de reconocer que, ese mundo irreal de ilusiones enlatadas, ese paréntesis rosa en la cotidianeidad humana, no es en absoluto mi ideal. He visto una gigante industria que proporciona un enorme número de puestos de trabajo, cierto, y eso también me ha hecho disfrutar. Pero es una industria focalizada –realmente como toda industria- a la obtención de beneficios, sin tener en cuenta particularidades hoy en día bastante más que generalizadas: niños con cara de desilusión porque sus padres no podían comprarles ni una sola chuche en un mundo dedicado a los niños, porque nadie sabía las especificidades de alérgenos; imagino que debe de ser muy difícil formar a un personal de tan alta rotación, pero quizás un mínimo etiquetado fuera suficiente (los españolitos somos muy críticos con nosotros mismos, pero hay cosas que hacemos o muy bien o mucho mejor) . El personal sencillamente encantador, de los que destaco una portuguesa adorable que se desvivió porque Paula pudiera cenar de manera adecuada la primera noche, y un granadino entrañable de nombre José. He visto padres que desconocen el “no” para sus hijos, con lo que esos niños parecían tener el rigor tiránico de la exigencia permanente en la punta de la lengua; eso me ha dado un poquito de miedo. He visto matrimonios de muy avanzada edad, solos y emocionados en ese universo de cuentos; algo más que curioso.

Me he dado cuenta del desarrollo galopante de un país: el mío. Quedaron muy lejos esos años en los que los españoles éramos conocidos por dar la nota, porque sin ningún género de dudas –corroborado por los empleados del lugar- si por algo destacamos es por educación. Pero ese desarrollo tiene también sus consecuencias: la media de hijos de los matrimonios españoles e hispanos afincados en Europa que pasan por Disneyland Paris es de uno o dos, mientras que la media de los rubios rubísimos ha superado ya los tres; esto me apena y me hace pensar.

Las dos pequeñas se lo pasaron en grande a pesar –o puede que también por eso- de todos los “no” que tuvieron que escuchar por nuestra parte viendo el consumismo enloquecido que nos rodeaba. Con alguna pequeña reflexión, como al lanzar la moneda al pozo de los deseos: “tirad la moneda, pero lo que queráis pedir se lo pedís a Dios, a través de la Virgen, de los santos o directamente, pero sobre todo fuerza y ánimo para conseguirlo por vosotras mismas”. Y lo confieso, yo disfrutando como un enano, incluido mi iBreviary en el móvil. Esforzándome porque la mayor venciera sus miedos, y aprendiendo que cada uno es como es, y si bien se debe alentar y animar no es bueno forzar; disfrutaba con el ambiente y quiso probar también la giga atracción, una contraindicada a hipertensos y cardiópatas a la que yo me iba a montar para que ella pudiera hacerlo. Justo en el último momento se arrepintió y nos salimos los dos. Ya afuera, hablando con un señor que resultó ser un cardiólogo andaluz algo más joven que yo, me dijo “¿estás loco? Pues piensa que puede que tu hija te haya salvado la vida”; hombre, digo yo que no fuera para tanto, aunque por si acaso yo ya había enviado un tweet medio en broma con alguna última petición dirigida a unas buenas y queridas personas.

Estando allí, he recordado cómo, de pequeño, cuando jugaba a las cartas, al juego de las familias, me importaba un bledo ganar o no, formar o no las familias completas, lo que me importaba era lo que había detrás de lo que representaban; y he recordado que un día, como con siete u ocho años, un señor que se llamaba Hermano Esteban – y no voy a aclarar hoy ni porque era “hermano” ni a que Familia pertenecía- me dijo simple y llanamente: “un día, Enriquín, te darás cuenta de que esas preguntas no te las haces tu sólo, Alguien te las hace a ti”. Sí, en efecto, ese día llegó.

Y aunque San Alfonso me daría un tirón de orejas por aquello del orgullo, he vuelto muy satisfecho por mis hijas; creo que, de momento, no lo estamos haciendo mal del todo.

Diana y Marcos, GRACIAS por un fin de semana inolvidable.

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