"La vida es un suspiro", lo siento, pero no me gusta nada
esa frase, porque no lo es, es todo menos un suspiro. La Vida es eterna desde aquí mismo.
Esta tarde María y yo hemos estado en un funeral en la
iglesia de los Jesuitas en la calle Serrano de Madrid. La iglesia estaba a reventar;
en los laterales la gente no podía ni moverse. Pero eso es anecdótico. Digamos
que se celebraba por el descanso de alguien cercano a mi familia, a mi
historia. Allí estaban los pocos amigos (amigas, realmente es un hecho que las mujeres sobreviven a sus maridos) de mis padres que aún viven. Muchos
recuerdos, mucho de mi infancia, caras más que familiares.
En el presbiterio varios sacerdotes Jesuitas, el Abad del Valle
de los Caídos, un amigo que ya ha hecho la profesión perpetua como Benedictino
y presidiendo un sacerdote que, desde el principio, estaba claro que ni era
Jesuita ni Benedictino, y no precisamente por su acento mejicano. La homilía me
pareció una preciosidad, y no solamente reflejaba el profundo conocimiento y
cariño hacia aquel por quien se celebraba el funeral y su familia; la encontré elevada, profunda e incluso con algún puntito de
cercanía al común de los mortales. Pero el tempo litúrgico, la pomposidad
forzada, bufffffffff, de verdad, de verdad que no. Me he dado cuenta de que
magnifico los recuerdos de mi más tierna infancia respecto a la liturgia de la
misa, porque cuando los revivo hoy en día –y son muy pocas las ocasiones- lo
encuentro absolutamente extemporáneo y casi ficticio. Que conste que no hablo
ni siquiera de la misa de espaldas, ni en latín, no. Pero tres minutos
completos solamente en la elevación de la Sagrada Forma más casi otros tres con
la Sangre de Cristo, unido a que al ir a comulgar me tuvo un buen rato con la
Forma ante mi boca mientras me miraba inquisitorialmente (finalmente claudicó,
y al ver que yo no me movía y empezaba a organizarse un tremendo atasco, la
colocó sobre la palma de mi mano) es ya demasiado, demasiado. Y por si alguien
piensa que quien presidía era un venerable anciano, diré que no, no creo que
llegara a los treinta y cinco ni en broma.
Me resultó curioso que muchos al salir teníamos la sensación
de haber pasado por un túnel del tiempo, y sin embargo pudimos ver arrebolados
con la ceremonia a bastantes famosetes, incluido algún vidente de postín; …et
omnia vanitas.
Pero eso es anecdótico. Lo importante es que a pesar de la
frase entresacada de la homilía, la Vida no es un suspiro, es eterna, comienza
aquí en la tierra y es labor de todos tratar de traer esa Vida a los hermanos.
La homilía, como dije bastante acertada, nos acercó al largo final de un hombre
joven que no “asumió” lo que se le venía, sino que lo abrazó con deseo, alegría
y humor, con ganas de abrazar a Cristo; y pudo vivirlo con su mujer y sus dos
hijos. Yo oré por él, pero también lo hice por enfermos concretos, por mi padre,
por alguna niña con leucemia a quien no conozco, por un señor con algún
problema de corazón cuya mano sólo he estrechado en dos ocasiones, por una señora que va perdiendo sus recuerdos, por mis
amigos enfermos del albergue de San Isidro. Estaba rodeado de gente, algunos de
los cuales me conocen casi desde antes de que naciera, acolitó un Benedictino
amigo de mi hermano desde la cuna. Dentro de la tristeza por la pérdida, era
todo simbólicamente hermoso; pero yo me di cuenta como nunca de que lo realmente
importante es que quien murió en la Cruz resucitó y nos regaló la Redención Abundante,
alce el sacerdote su Cuerpo durante media hora o cinco segundos; que lo
verdaderamente importante es acercar esa realidad a quien no la conoce. La
Redención que nos regala es lo que hace que la Vida sea todo menos un suspiro,
y de nuestra actitud, nuestro esfuerzo y nuestra vida puede depender que otros lo sepan o no.
De vuelta a casa con María me sentía contento por la riqueza,
diversidad y pluralidad de nuestra Iglesia, y tan FELIZ por mi opción
voluntaria de estar donde estoy, que casi podía escuchar las voces de unos jóvenes
cantando mientras acolita otro joven extraordinario y celebra alguien cercano.
Gozosamente feliz de estar con mi familia en una Familia enorme, y totalmente seguro
de que la Vida no es un suspiro.
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