No me lo puedo callar. Hoy he visto a un enorme misionero, no
por su dilatada experiencia, que también, porque sus ojos en la homilía
reflejaban precisamente el corazón de un misionero enorme. Unos ojos vivos, que
muestran a diario la inteligencia y cercanía de un hombre entregado; unos ojos
que se iban abriendo con cada palabra, engrandeciendo lo sencillo. Porque eso es lo
que Juan Antonio nos ha mostrado hoy, la grandeza de la sencillez. Le he visto
feliz.
Todos sabemos, con mayor o menor profundidad, quién es San
Isidro Labrador, el Patrón de Madrid. Pero la homilía de esta mañana en la misa
de 11 en PS, nos ha acercado con claridad, sencillez y entusiasmo, la grandeza
incomparable de lo humilde, de lo sencillo en la vida de este labrador que ni
sabía leer, pero que “leía a Dios en el Universo”. Quizás por la vida del
Santo, por quién era el Santo, el sacerdote y misionero se ha crecido desde lo
pequeño, como de puntillas, casi sin pretenderlo transmitiéndonos a los feligreses
la santidad en la humildad, en la sencillez. Gracias, porque hoy me ha hecho
entender y vibrar; su propia discreción se ha hecho enorme. Y esa grandeza a
cada palabra a cada palabra abría más y más los ojos de un hombre que entrega su vida misionando, y la luz de los ojos de ese hombre acabó
iluminando el templo.
La santidad paso a paso, consecuencia de una Vida sembrando
Vida. Sea cual sea el origen de cada uno; es una opción vengamos de donde
vengamos. No es el origen, es el paso diario, es el final, lo que nos hayamos
entregado. Tenemos un ejemplo bien explícito. El mismo día en el que se proclamó la Santidad
de Isidro, de un hombre de origen humilde, fue proclamada Santa una “niña bien”
de Ávila (Teresa de Cepeda y Ahumada), el otrora militar Íñigo López de Recalde
(Ignacio de Loyola) y el aristócrata Francisco de Jaso y Azpilicueta (Francisco
Javier). Distintos orígenes en el mundo, aunque uno común: el Amor de Dios. Los
cuatro eligieron a Cristo. Todo es cuestión de elección porque “nuestra” vida
no es sólo para nosotros, es para darla; tempus fugit. Y hoy, un magnífico Redentorista, nos
ha mostrado que se puede hacer con discreción y desde lo pequeño.
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