Hoy ha sido un día bastante redondo. Uno de esos días en los
que, ya tranquilamente en casa, después del trabajo, con las pequeñas acostadas
y mi mujer a mi lado, me doy cuenta de lo afortunado que soy. No porque las
cosas hayan ido bien, que también, porque Dios me ama y soy plenamente
consciente de ello. Darse cuenta de eso, en un día más o menos brillante, es
bastante fácil; no es eso. Si es redondo del todo, lo es porque ha habido algo
que me ha hecho recordar que cuando más consciente me he reconocido como una
creatura verdaderamente amada por Dios ha sido cuando las cosas no han sido fáciles,
cuando no iban bien, y de la mano de mi mujer, bajo la mirada del Señor me he
mantenido erguido, firme, seguro y paso a paso en pos de su Luz entre las tinieblas
del mundo.
Esta tarde, como cada miércoles, me he acercado a PS a
recoger a mi niña a la salida de catequesis para la Primera Comunión. Mi niña
ya es mayor y conoce bien el camino de vuelta a casa – de hecho es catequista y
es mi mujer-, pero a mi me gusta ir allí, verla salir siempre sonriente por la
puerta y pasar un tiempo charlando con gente amiga. Hoy, entre esas personas,
había una especial que está atravesando momentos de preocupación y se mantiene
firme en el Señor. Sus limpios ojos azules, mostraban un poco el cansancio y la
preocupación, que yo comparto desde el cariño y la oración, por mucho más que
la pertenencia común a un mismo grupo; ella y su marido, saben que nos tienen
para lo que puedan necesitar. Su cara mostraba la firmeza de la fe y esa
sonrisa casi permanente. Hemos hablado de más temas y, durante la
conversación, algo concreto que ella me ha dicho ha reflejado abiertamente cómo
me ama Dios, igual que le ama a ella incluso desde la cama de un hospital
infantil.
Hoy María tenía una reunión allí, por lo que me volví solo,
pidiendo por una niña pequeña y por sus padres. Ya en casa, acostando a mis
hijas, todos lo hicimos juntos. Tras la cena, enciendo el ordenador, y me
encuentro con un nuevo, acertado, alentador y extraordinario artículo en el
blog de un amigo Escolapio –al que no nombro porque acabará dándome un capón-
titulado “Tengo amigos y hermanos”. En él, en esa entrada, he podido ver de
nuevo la tierna presencia del amor de Dios, porque me ha recordado que yo
también tengo amigos y hermanos, y de éstos últimos destaco a dos –uno casado y
con cuatro hijos y otro religioso- que me han sostenido como Su propia
presencia en esos malos momentos, uno a quien estoy unido desde antes de dar
mis primeros pasos, y otro a quien “me siento unido por lazos que vienen de lo
alto”. Ojalá ambos lo leyeran y pudieran también reconocerme a mí.
Y ya para terminar, miro ahora a mi derecha, veo a María
recostada junto a mí, y sólo puedo pensar: gracias Señor por saber que me amas.
Como de costumbre, muchas gracias. Emocionante día. Rezaré por ti. Mis palabras nacen, sin embargo, de la amargura y del recuerdo noble en momentos de desolación. En ellos no quiero que ninguna palabra mal dicha se apodere de mi corazón. Lo intento y combato. Pero es pelea difícil y muy dolorosa. Reza por mí. Ya he estado en otras luchas similares. Ahora toca reinventarse. Porque quien tú ya sabes no nos deja nunca en paz y tranquilidad. O nos movemos, o nos mueve.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte y mi oración.
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