¿Qué es lo que queda cuando llega la noche, cuando llega el
vacío, cuando en la escucha ni siquiera aciertas a oír tu propio latido? Pues yo
finalmente siento que todo, porque esa oquedad no es más que un frío pasajero, un invierno
como un instante, y las estaciones se suceden como se suceden los segundos.
Él está también ahí, para hacernos humildes, para mostrarnos
que sin Él no somos nada, que nada podemos por nosotros mismos. Y en la miseria
de mí mismo me cubro con el abrigo pesado de mi propia debilidad para comenzar
a calentarme de nuevo; lleno el hueco aparente con el recuerdo de Su presencia
intensa y la llamita comienza a brillar, aunque no sea más que en una minúscula
y tímida brasa que lucha por encontrar el aire necesario para expandirse. Es
entonces cuando sencillamente te dejas, sin otra pretensión más que esa,
dejarte. Abandonas el peso, abandonas las torpezas que impedían la Luz sin otra
pretensión que esa, abandonarte.
Porque el recuerdo banal, no es más que una anécdota que
puede convertirse en un lastre, pero el recuerdo real de Su presencia es una
presencia en sí misma constante. No es Él quien abandona; su fidelidad es
incomparable. Abandona uno mismo, abandonan los demás en su condición humana.
Pero Él no lo hace nunca; Su presencia es activa, su presencia es espera, su presencia
es acogida, su presencia no se agota.
Él está en nosotros, frente a nosotros, a nuestro lado. Lo
está frente al espejo tanto como lo está en aquellos con quienes convivimos; está
en el templo de la calle tanto como en cualquier otro. Está en el Pan y está en
la Palabra.
Cuando llega la noche, cuando llega el vacío, nos regala una
oportunidad nueva para buscarle, una ocasión de perseverancia y entrega
incondicional; sin cuestionar. Una respuesta de amor a su Amor primero.
Porque la noche, porque el vacío pueden ser una excusa para
la desesperanza; pero sólo una excusa. Sin juzgarla, pero sólo una excusa. Podemos
zambullirnos en el abismo oscuro, podemos ser respuesta filial, o podemos
recurrir al hermano dispuesto. Depende sólo de nosotros, porque Él nos deja
libertad hasta para liberarnos de nosotros mismos.
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