Esto de la edad es algo eminentemente subjetivo, por mucho
que lo cuantifiquemos año tras año. Yo me siento como si acabara de aprobar la
selectividad, hay jóvenes que desgraciadamente parecen ancianos, conozco a un
par de jovencitas que peinan canas. En fin, que hay mucho de actitud.
En el autobús que cogí de vuelta a casa a la hora de comer
había una importante cantidad de niños de las guarderías de la zona. Uno de
ellos hizo que me acordara de Herodes; pobrecito, que no es culpa suya. Le
vengo observando desde hace varias semanas. Su madre le deja hacer lo que le
venga en gana, y hoy se ha comportado como una especie de tirano adulto en
miniatura.
La soberbia y prepotencia de esa criatura me ha hecho
reflexionar sobre la suerte que tuve el día 1 de mayo comprobando cómo hay
bebés que parecen sabios. Fue con ocasión de la Ordenación diaconal de dos
religiosos Redentoristas. Allí había un niñuco que cumplía dos años, un bebé
que celebraba un año de su primera Palabra, otro de meses. Ese es exactamente el tiempo transcurrido desde que fueron ordenados sacerdotes. La verdad es que,
hablando con ellos da la sensación de que llevan toda una vida siendo
sacerdotes. No sé si es por el rigor y los años de preparación como religiosos en el seno de la Congregación del Santísimo Redentor,
pero impresiona pensar lo grandes que son siendo tan, tan pequeñitos. Ojalá
muchos supiéramos llevar con tamaño estoicismo la novatada que le gastó el
Señor a uno de ellos metiéndome a mí en una sacristía a los 19 días de
ordenarse.
La sensibilidad no extraña, porque de los infantitos es tan
propia como la crueldad descarnada, pero la profundidad descoloca; como lo hace
la entrega. La ilusión de sus ojos sí que revela su edad; aunque bien pensado,
esa misma ilusión se veía en los ojos de otros que ya pasan los setenta y los
ochenta años, con lo que imagino que tampoco esto es cuestión de la edad, más
bien de fe, de pasión, de convencimiento, de ganas de contagiar y gritar la
Buena Nueva. Los ojos de unos enamorados, de Cristo y en Él de cada ser humano,
especialmente de los más necesitados.
De la preparación teológica ni hablo porque directamente
apabulla, pero es que además va unida a una inteligencia poco común y a una
habilidad para el cuerpo a cuerpo sorprendente.
La cercanía es común a cualquier niño, porque ¿qué chavalín no
se acerca a otro y rompe barreras de manera natural? Claro, que en este caso
los mayores hacen lo mismo. Mira que va a ser que es la cercanía del propio
Cristo.
Los bebés captan la atención con facilidad, les sigues un
ratito, pero la verdad, acaban cansando. Sin embargo, a estos se les sigue de
una manera incansable, aunque a veces, tratando de hacerlo uno acabe con la
lengua fuera. Y, a juzgar por lo que vi, tienen cola de seguidores de todas las
edades. No es de extrañar, contagian; aunque alguno quiera hacerse el sordo,
contagian. Pero también es natural en los niños que sean ellos los que se
cansen, que te hagan caso sólo un momento, que usen un juguete y al rato lo
cambien por otro; a éstos eso no les pasa, porque son la misma entrega entre
pañales.
Y quizás todo esto porque llevan en ellos el signo de lo que nos ofrecen
a todos, la eternidad, la Redención Copiosa.
Eso sí, en esa tierna edad –bueno, como en cualquier otra- no
se les puede estar corrigiendo, regañando y frunciendo el ceño continuamente.
La exigencia está bien, pero ha de ir acompañada de amor. Los que somos padres
sabemos muy bien con qué facilidad pasamos de medio reñir por tirar el mismo
peluche 300 veces seguidas al suelo, a abrazar a nuestros hijos y lanzarlos al
aire para que suelten una carcajada. Estos seguro que tendrán en común la necesidad
del abrazo, del cariñín, aunque sea de vez en cuando. ¿Cuántas veces lo
hacemos? Pues ya sabemos….
Sin embargo, lo que más les diferencia de los “reales” es que
estos chiquitines de quienes hablo, todo menos chuparse el dedo. Bueno, y que en lugar de
babero, ese día en concreto llevaban alzacuellos.
Me reconozco y comparto contigo una anéctoda que viene al caso. Ese mismo día una señora vino a saludarme y me dijo: "ya no eres el último, ya no eres el más pequeño" (la respuesta me la reservo para otro momento). Ojalá que siempre nos veamos como los recien ordenados, como los aprendices, como los más pequeños, con regaños y ceños fruncidos o con abrazos y besos. Saludos¡¡
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