Gracias a mi horario laboral puedo comenzar la jornada, casi
a diario, con la Eucaristía de 9 en PS. Hoy he llegado un pelín tarde, al
inicio de la primera lectura. Cuando iba de camino una mujer se resbaló al
cruzar la acera y traté de ayudarla. Había bastante gente, y solamente nos
paramos dos. Nada grave, no le pasó nada, pero eso no lo supimos hasta que nos
acercamos.
No me voy a fijar en el hecho de que hubo quienes pasaron de largo,
sino en que yo me paré. No tiene ningún mérito, es algo natural y normal. Si
ayer decía que una hermana de un grupo concreto de PS me dijo algo que me
acercó a la realidad de que el Señor me ama, algo tan casual como un resbalón
me ha hecho darme cuenta, de nuevo, de que yo amo. Tampoco es ningún mérito, al contrario,
lo veo como un regalo. Nada me resulta ajeno, y esto puede a veces complicar la
vida. No me refiero solamente a amar a quienes conozco, a personas concretas
con nombres y caras, hablo también de personas concretas con nombres y caras
que desconozco.
Amar a mi gente es algo natural en principio, aunque confieso
que en ocasiones me he preguntado, casi reprochado, cómo podía seguir amando -porque duele- a
los indiferentes, a los que no me soportan y se ven obligados a tratarme y, más aún, a aquellos que consciente o inconscientemente me
han hecho algún daño, que de todo hay. Pero uno es así, aprende a perdonar y
continuar amando. El “problema” real me viene de los desconocidos, porque me
hace tener que asumir mi propia pequeñez, mi debilidad, mi no saber cómo, mi no
saber qué. Sé que en la vida diaria se contribuye desde lo nimio, desde la
actitud, desde los simples gestos, pero también sé cómo siento que no me basta, y ese no llegar me abre un inmenso agujero en el estómago.
Esta mujer, que se dirigía al metro para ir a trabajar –y esto
ya la hace afortunada-, nos miró y sonriendo agradecida dijo: “ojalá pudiera
hacer algo por vosotros”. Bueno, devolviendo la sonrisa directamente a sus ojos
la contesté: “Pues creo que puedes, hoy es María Reina Auxiliadora, acuérdate
un poco de ella y rézale a la Virgen”. Me miró como quien tiene a un loco
ante sí. Acertaba.
Al poco, entro en misa, y en el Evangelio escucho las
Palabras de Jesús: “Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino por los que
crean en mi por la palabra de ellos”.
De modo que no me queda sino agradecer cómo empiezo el día,
amando.
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