Un 19 de mayo comenzó, sin saberlo, la scalada. No era el
monte Horeb, pero me vino preparando para sentirle, escucharle y dejarme
arrastrar. Tampoco había una zarza ardiendo. Sin embargo Él estaba ahí para
hablarme. Era una capilla, y escuché su
Palabra (Hc 20, 28-38 y Jn 17, 11b-19). Tampoco
apareció Moisés, pero el sacerdote con su homilía terminó por conseguir que me
rindiera. Aún hoy, cierro los ojos y le oigo; eso es una gracia porque hace que
no caiga al abismo, que desee continuar scalando. No era una zarza ardiendo,
no, pero el calor de su fuego no se ha extinguido.
El
Señor le prepara a uno incluso sin saberlo, y cuando te rescata desde abajo te
coge de la mano y te sube a lo alto sin escalas y de manera súbita. Cuando eso
ocurre no hay ni siquiera desconcierto ni aturdimiento, y el miedo inicial que
te hace temblar se ve superado por un impulso desde tu debilidad que se
convierte en fortaleza y en entrega, en abandono. A mi ese impulso, el soplo
del Espíritu, me llevó, tal día como hoy, a encaminar mis pasos hacia la sacristía de PS y
dirigirme a quien había celebrado la Eucaristía y predicado. Creo que fui
realmente consciente de que había intercambiado a penas unas frases con él, de
regreso a mi casa. Ni siquiera yo, que he perdido el pudor para hablar de mí
mismo, soy capaz de contar cómo estaba cuando cerré la puerta. Tenía una semana
por delante para prepararme para lo que fue mucho más que una larga, intensa y
acogedora charla con aquel misionero. Un habitación acristalada que ya no
volverá, y no éramos dos, porque el Señor estaba con nosotros a través de ese presbítero,
y mi vida a Sus pies. Este hombre, abierto, dotado de una inteligencia singular
y de un don de gentes que maneja con habilidad, me hizo pensar mucho en las
vocaciones sacerdotales; más vale –pensaba- un solo sacerdote como él que
setenta veces siete tibios, distantes, rígidos, displicentes, perezosos, ambiguos,
desapegados; Dios sabe bien a quien llama y mejor a quien elije. Pero luego fui
conociendo a muchos más como él, como grandes regalos envueltos con el papel de
sus vidas, adornados con el lazo de su entrega y etiquetados con el carisma de
San Alfonso. Y he tenido, tengo, la impagable suerte de conocer a más llamados
que van preparándose o iniciándose en la preparación.
Yo
no pretendía más, ni siquiera había planeado entrar en aquella sacristía, ni
dirigirme a ese individuo a quien no había visto hasta entonces, aunque
pareciera que le conozco desde el principio de los tiempos. Pero le buscaba a
Él, con insistencia, sed y fe (porque “tener fe es andar en esta oscuridad,
andar por una senda, ciertamente poco iluminada, con la confianza de que es la
que me llevará al encuentro definitivo de Aquel que hemos intuido, rozado,
sentido y que nos ha enloquecido” Romano Guardini). Quizás por eso he aprendido
a no hacer planes, porque sean los que sean palidecen ante los que Él pueda
tener para cada uno de nosotros. No pedí nada, no imaginé nada, no esperé nada.
Pero a esa primera charla de un 26 de mayo se sucedieron otras, y ahora,
mirando hacia atrás hasta aquel 19 veo un sendero marcado por el dedo de Dios
que he ido recorriendo tomado de Su mano y la compañía de aquel Redentorista;
con mis torpezas, con mis insistencias, con mis quejas, con mis tropezones, incluso
con mis reproches, pero veo no sólo mis huellas; en el suelo, junto a las mías,
resaltan las marcas de los pies de mi mujer y de otros cuatro diminutos que han
ido haciéndose un poco más grandes pasito a paso. Y me veo como un hombre
feliz, con una familia feliz y entre una Familia feliz. Confío en ser capaz de
continuar de la mano de María, Toya y Paula por ese sendero.
No
hubo pretensión de ningún tipo, y casi sin darme cuenta, como lo más natural,
mis hijas lo adoran, mi mujer y yo le queremos, quizás por esa su Familia entre
cuyos miembros los cuatro vamos creciendo.
Ha
sido todo tan natural, tan normal que uno no se da cuenta sino cuando se para a
recapacitar, por mucho que todo haya devenido de manera voluntaria, consciente
y con una no pequeña dosis de persistencia –o más bien incómoda tozudez- por mi
parte.
Aquí
estoy hoy, dando gracias a Dios, sintiendo que aquella lectura (Tb 8, 5-7) que
con tanta intención elegí para mi boda toma más sentido que nunca; o mejor,
expande su dimensión, porque no nos conformamos con que bendigamos Su nombre
por siempre, sino con ser Su instrumento. Hoy no solamente somos nosotros,
porque nos bendijo con cuatro criaturas, dos decidió reservárselas para Sí, las
otras dos son nuestra misión primera y juntos al servicio de lo que se nos
pueda necesitar –si es que en algo podemos ser útiles- en la mejor Familia y
rodeados de las mejores personas.
Y
yo, que me veo muy de fechas y aniversarios, hoy mi Señor y mi Dios te doy
gracias porque un día llamaras y eligieras a ese joven en concreto, lo pusieras en mi camino, me
dispusieras a escucharle, lo hicieras "cauce de tu Agua de Vida para mí".
Feliz
de ir scalando de Su mano en el camino de la Vida.