Ya estamos en plena Semana Santa, un tiempo intenso para la
reflexión, la meditación, la oración y dedicarnos de pleno al Señor. Un tiempo
para vivirlo en familia, y también para darse a los demás.
Mis recuerdos más entrañables son del Viernes Santo, los
cuatro hermanos y mi abuela Emilia recorriendo los “Monumentos” de iglesia en
iglesia por Santander: Redentoristas, Esclavas, San Roque, Concepción,
Carmelitas, Siervas de María y Santa Lucía. Siempre el mismo recorrido, año
tras año, desde que los Escolapios decidieron no abrir al público la capilla. Íbamos
primero los cuatro hermanos, y luego se incorporó mi abuela cuando vino a
vivir a casa. Mis padres por esas fechas estaban siempre en el Festival de
Salzsburgo. Mis hermanas y la abuela de negro, y mi hermano y yo con la
correspondiente corbata, también negra, a medida que cada uno cumplía unos ciertos años. A mi
me gustaba el encuentro con tantas caras conocidas, pero me dolía ver todo
aquello convertido casi en un acto social. Por la tarde me marchaba sólo al
Muelle para ver las procesiones, rosario en mano, ese rosario que me compré con
ocho años en la librería del colegio, para sorpresa del P Manuel, y que hoy
cuelga sobre la cabecera de mi cama junto a la acreditación de la JMJ y el
carnet de la Alfonsiana. Lo vivía en silencio, con la intensidad de un niño
primero, y luego con las angustias de un joven que oía sin querer escuchar y
escuchaba sin tener con quien hablar. Eran otras épocas en España y en la
Iglesia, puede que sea por eso que lo que más recuerdo es la sensación de luto,
de un luto casi imperecedero, como si nunca fuera a tener lugar la
Resurrección. Y por cuestiones internas, mi mayor alegría el lunes de Pascua
era la llegada de mis padres.
Hoy la Iglesia, por suerte, ha cambiado, he cambiado yo. Este
tiempo ahora es personalmente para mí una ocasión más para darle gracias a Dios
de que me empujara un día a PS. Gracias a eso puedo contemplar orgulloso que
mis hijas viven algo diferente y de una manera distinta, porque desde bien
niñas han oído hablar de la Redención, y lo que conocen es la expresión de una
alegría infinita producto de esa Redención. La Semana Santa culminada en la
Resurrección, sin la que todo carecería de sentido. Me doy cuenta de que su
propio día a día combina el respeto con el cariño; la normalidad de la fe en la
vida diaria. Todo con ejemplos cercanos y cotidianos. Por eso no paro de
agradecer. Alguna persona concreta a la que adoran de manera individual,
espontánea y tras quien salen corriendo cada vez que le ven; gente entregada y
feliz de todas las edades. ¡Qué importante es una comunidad así!
A alguno de ellos dedicaré de manera especial estos días,
vendrán conmigo este Viernes Santo por las iglesias de Santander. El jueves
será para alguien a quien no quiero perder, de manera personal. Los cuatro
llevaremos a dos personas especiales. Y juntos llegaremos, con la ayuda de
Dios, a un Domingo de Resurrección pleno de Esperanza. Sobre todo de Esperanza.
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