Lunes de Pascua, y ¡con sol! Después de una Semana Santa
pasada por agua. Lunes de felicitaciones y caras sonrientes. Creo que me está
pasando como cada vez que mi mujer estaba embarazada, que no paraba de ver
gestantes por la calle. Pues ahora igual, con la novedad de que en el trabajo,
con mis jefes, la primera media hora larga del día ha sido un intercambio de
anécdotas y reflexiones sobre la Pascua. Y eso sí que es una novedad para mí.
Hoy ha habido alguien, que prácticamente no me conoce, que me
ha dicho que yo tenía un puntito emocional que le encantaba, aunque no sabía si
mostraba fortaleza o debilidad. Está claro que no me conoce, de otro modo no
tendría dudas al respecto. Esa afirmación confieso que me ha descolocado un
poco. La realidad es que si se llega a atisbar en poco tiempo ese “puntito”,
tiene tanto de una cosa como de otra. Pero lo cierto es que los que me conocen
bien, lamentablemente saben que se puede tornar en punzones para mi mismo. Que
me recuerden algo así, justo ahora, no me hace más que desear que los punzones se
hayan quedado en el sepulcro con esa parte de la vida que en ocasiones pasa
factura.
Comenzar el día con Laudes y la letra de una canción, ir a
misa y felicitar la Pascua en la sacristía con un abrazo al Padre Olegario al
acabar, es un tirabuzón de alegría con el que caer de pie, firme y para comenzar
la semana de la mejor manera. Tiene el don de alegrar cualquier mañana, aunque
no sea Pascua.
Una jornada de sonrisas continuadas (una muy especial que
mandé por WhatsApp a un tontorrón) en la que, sin saber por qué, me vienen
algunos flashes de estos días pasados: la ilusión infinita por unos sencillos
olivos; unos amigos –de los de verdad- de Madrid, entrando con sus hijos en
Viernes Santo en la Parroquia Redentorista de Santander, que me hizo una
ilusión especial (sí Rocío, me encantó veros por ahí); otro –toda una vida
juntos y mucho, muchísimo más que un amigo- pidiéndome un decenario de la JMJ como
el que llevo en la muñeca y que me emocionó, aunque intenté que no se me notara
(creo que esa obsesión porque no se me noten los “puntitos emocionales” me hace
parecer un borde a veces; pero está claro que en cuanto me descuido saltan a la
vista); mi madre CANTANDO en la misa del Domingo de Resurrección (sé que sonará
raro, muy, muy raro pero era la primera vez en mi vida que veía a mi madre
cantar en misa, y cuando me contó por qué lo hizo simplemente le regalé el
abrazo de un niño pequeño); las niñas tras los huevos de Pascua y la cara de
María mirándolas; la visita de las niñas a Jorge (y veeeenga huevos). No son
más que retazos simples de la vida diaria que le hacen a uno feliz, y que
mitigan lo torpe que en ocasiones se puede llegar a ser.
Y la sensación que tengo ahora de qué es lo que más recordaré
de estos días cuando pase el tiempo: una alegría monumental; los ojos de mis
tres niñas; una alegría monumental; la voz de mi madre cantando en misa; una
alegría monumental; la homilía de un cura flipado con el micro en la mano; una
alegría monumental; el mensaje de un gran amigo; una alegría monumental; José
Luis encendiendo el cirio.
Una alegría monumental: que mi Dios es un Dios Vivo.
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