Hoy he tenido un día sorprendente, la verdad. Peculiar y
sorprendente. Ha comenzado librando obstáculos absurdos, que ni siquiera
deberían haber existido, porque con una simple llamada o un mensajito al inicio de la
semana ni se hubieran producido, pero así es la vida y así es la gente; un
simple problema de claridad, sinceridad y comunicación. Falta de empatía, con todo lo que de ello deriva. Aún ni sé si se han
resuelto. Dios dirá.
Y a medida que avanzaba la mañana recibo un email de alguien
a quien aprecio que me dice comprensiva que mi vida es paralela a lo que
escribo por aquí. Sé lo que me ha querido decir, pero las paralelas no se
juntan, ergo esto no es paralelo a mi vida, todo lo contrario. Agradezco que lo
entienda. No podía ser de otra manera, dadas su sensibilidad y su inteligencia,
pero además, descubro en ella una facultad que desconocía: la empatía. Una
carencia que empieza a ser endémica.
Otro correo electrónico aún más imprevisto que me llega desde
Perú, de un periodista jefe de informaciones de un importante medio de aquel
país, a quien no conozco de nada. Un correo amable, solicitando información
sobre una antepasada mía de principios del XIX, bastante relevante en la
historia social, eclesiástica y jurídica peruanas en su época; una aristócrata
con arrestos, luchadora y estigmatizada en su momento. Un personaje novelesco
sobre el que en Latinoamérica parece ser que están preparando un gran
reportaje, pero me temo que sus descendientes preferimos continuar en el
anonimato, a no ser que tengamos que levantar alguna voz en su defensa. El tono
es conciliador, amable y buscando el rigor histórico, pero no creo que yo haya
venido a este mundo a juzgar la vida de nadie. Más que a juzgar, prefiero creer
que a ayudar, comprender, acoger o perdonar. Si no pensara así, este blog sería
todo un fiasco, de modo que, en el fondo este señor me ha dado la oportunidad
de reafirmarme; y se lo agradezco. Pero algo así, tan inesperado, le deja a uno
perplejo.
Perplejo define bastante bien cómo me he sentido esta noche.
Además de tener que quedarme sin la Oración de los Jueves en PS que para mí es
bastante más que importante, me han invitado a cenar. Un mano a mano curioso y,
de nuevo, inesperado. Una conversación, casi un monólogo, sobre la relación con
Dios de quien compartía mesa conmigo, alguien bastante mayor que yo y a quien
apenas conozco. La profundidad de sus palabras, de sus sentimientos, compartidos
sin ambages y sin venir, aparentemente, a cuento me ha emocionado. Ver que
compartes una misma fe y que hablar de ello se convierte en algo normal no deja
de sorprender por eso, por normal.
Y una vez en casa, ya ante el ordenador, de vuelta a “mi”
vida corriente (cada vez me gusta más lo corriente que es), con la alegría que
siempre me produce hablar (chatear por Facebook en este caso) con alguien tan
querido; un individuo ejemplar, bueno, sensato, entregado y de una fe incorruptible.
Que con estas características me encargue que le sustituya durante un ratito
este domingo, uffffff me produce casi un ataque de pánico por no estar a la
altura, aunque le saque casi veinticinco años. Pero me hace irme a la cama,
satisfecho y feliz, después de un día tan extraño.
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