Hoy es el día mundial contra el ruido y creo sinceramente que
tenemos demasiados “días mundiales” de algo, los hay de casi cualquier cosa.
No voy a hacer un estudio de los efectos nocivos sobre la
salud al soportar determinado número de decibelios, porque lo cierto es que no
tengo ni idea sobre el tema. Sin embargo, me sugiere cuán importante es el
silencio, aunque, paradójicamente, éste no siempre dependa del ruido
circundante.
El silencio nos ayuda a la concentración, nos ayuda a
dejarnos empapar, nos ayuda a vernos por dentro, nos ayuda a conectar, nos
ayuda a orar; pero también nos puede adormecer.
Yo personalmente lo necesito, no para evadirme; lo necesito
para hablar con Dios, de tu a Tú; no digo para rezar o pedir, me refiero a
hablar, y en hablar incluyo desde enfadarme a contarle cualquier estupidez del
día, pero sobre todo, por encima de todo, lo necesito para escucharle. Quizás
pueda parecer una tontería o un contrasentido, pero en ocasiones he de
afanarme en buscar el silencio desde el silencio, porque el ruido del vacío
puede resultar ensordecedor. Otras veces, por el contrario, la paz que puede
proporcionar el silencio, incluso casi ese mismo silencio lo he encontrado
rodeado por un ruido infernal, a solas, orando en una capilla rodeada de unas
obras que parecían transformarla en un campo de batalla.
En definitiva, que ruido y silencio, aunque objetivamente
mensurables, acaban dependiendo de nuestra propia actitud. ¡Cuántas veces nos
han hablado y no hemos oído! ¡Cuántas veces hemos escuchado el dolor o las
angustias de un hermano en su silencio!
Unos ojos pueden decir tanto como un grito; un niño
muriéndose de hambre es un grito en sí mismo; un desempleado sin poder
alimentar a su familia ensordece a cualquiera; las injusticias deberían
producir tanto ruido en nuestro interior como el estallido de las bombas en un
campo de batalla.
Así que, como esto de los decibelios no es simplemente una
cuestión física, propongo como lucha contra el ruido un cambio en cada uno de
nosotros, una disposición a la escucha. Escuchar a Dios qué quiere de nosotros;
escuchar al hermano, que puede ser también oírle a Él. ¿Por qué no empezamos
por aquellos que tenemos en nuestra casa? Y continuamos generando una onda
expansiva como la del mayor de los bombazos; pero de otro tipo, claro.
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