Scala News

viernes, 20 de abril de 2012

Aprendiendo un día más


No paro de aprender. Esto no es nada extraño, porque cuando se parte de mínimos, o te quedas en ellos o vas ascendiendo. Así que, si no te estancas en tu propia inoperancia, simplemente vas subiendo pasito a pasito, a veces casi sin darte cuenta. Pues estos dos últimos días algunos acontecimientos me han hecho mover los pies camino arriba por la escalera de la Vida.

He podido darme cuenta de que la educación, en ciertas ocasiones, puede ser un obstáculo para la confianza (y lo sé bien porque a mí me pasa demasiado a menudo, lo que me lleva a circunloquios y mensajes criptográficos). Quizás más que educación es exceso de pudor por no ofender ni molestar, aunque al final acabes metiendo la pata hasta la ingle (sí, lo confieso, también me ocurre con más asiduidad de la deseable y aconsejable); o puede que te produzca un desagradable ardor de estómago porque llanamente prefieres callarte lo que llevas dentro antes de molestar a  quien quieres (que sí, que también caigo en esto, y para ello no hay ningún anti ácido eficaz, ni siquiera el tiempo).

Ayer, una persona querida, cercana, una de esas extrañas almas capaces de alegrarte el día con sólo cruzártela por la calle, me pedía disculpas por si no acertaba al acordarse de mí para una cuestión bien concreta. No es éste el caso que describo arriba, pero me ha hecho pensar en ello. Este encantador, empático, inteligente, generoso y entregado ser humano es, además, una bárbara persona de fe que te ayuda a crecer con el ejemplo de su valía y su coraje. Estará, quizás,  cargada de defectos, como cualquiera, pero no los conozco, y aunque lo hiciera no iba a escribir sobre ellos, que lo de la corrección fraterna se soluciona con un discreto y bondadoso mano a mano, no con un ciberescarnio. El caso es que me pedía disculpas por la posibilidad de no acertar, cuando en realidad ponía ante mis ojos el inmenso regalo de que había pensado en mí ¡en mi! El objeto del asunto no era precisamente para estar contento, pero después de que me surgiera una simple reacción inmediata y casi instintiva, tras un día de trabajo, de quehaceres cotidianos y oración, florece la maravilla de que pensó en mí para algo relativo a su vida personal y familiar. No creo que sea consciente, entre las otras muchas cosas que ya le dije, de lo importante que ha sido para mí, porque me ha radicado plenamente como miembro de la comunidad en la que crezco en la fe. Uno puede sentirse parte –ya, ya, porque sencillamente lo es- porque participa, porque se ofrece, porque está, por mil motivos, pero es una visión meramente personal; cuando a uno le requieren y es consiente de que esa visión personal es compartida desde dentro y desde fuera…. Uuuuufffffff ¡qué decir! Nada más que gracias. Entre otros motivos, porque ha sido para mí una oportunidad más para decirme: Enrique, ¿cuándo te dejarás de tonterías?

Dicho lo cual, también he podido aprender que hay veces en que cuando te dan las gracias debes aceptarlas. Sin más. Ni un “nos las merece” ni frases similares, porque aunque no las merezca, quien las da de verdad se siente bien haciéndolo.

¡Gracias por tu generosidad acordándote de mi!

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