El de hoy está siendo un buen día, realmente un buen día. No
sólo en lo material al anunciarse la vuelta a la utilidad práctica para mi
familia, lo que es más importante, un gran día espiritualmente hablando.
Tras el anuncio de un futuro algo más nítido, he ido con
tiempo a PS, a la Capilla, a dar gracias. Para mí estar ahí, es como estar en
el cuarto de estar de mi propia casa, y me permite hablar con el Señor y con
María con una cercanía que es difícil de explicar, realmente de tu a Tú. Hace
poco alguien queridísimo y cercano, ante un amago de berrinche por mi parte me
dijo: “Enrique, irás porque esa es tu casa”; sin duda me conoce y me
quiere. Me ha parecido hasta gracioso comprobar cómo, en medio del ruido ensordecedor de las obras uno es capaz de encontrar un silencio perfecto; porque muchas
veces los peores ruidos son los que llevamos dentro, tanto como los peores
silencios se producen cuando somos nosotros los que ahogamos nuestro interior.
A continuación pasé a la Iglesia para la misa de once. No sé, quizás porque
acababa de vaciarme para dejarme llenar, pero las lecturas de hoy me han tocado bien
adentro; sin duda la cadencia casi monacal del padre Cepedal ha contribuido a
ello.
“Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos,
ciertamente vivirá y no morirá”. “Porque del Señor viene la misericordia, la
redención copiosa”. “Vete primero a reconciliarte con tu hermano”. Ahí es nada.
Copiosa Apud Eum Redemptio. Pero qué maravilla de la que tan
a menudo no somos ni conscientes por mucho que lo repitamos. Y justo ahora
estamos en el mejor momento para dejarnos impregnar de todo su hondo sentido; y
ser consecuentes. Por eso no puedo evitar querer pedir perdón por todas las
veces que no he sabido ser el mejor esposo, el mejor padre, el mejor hijo, el
mejor hermano, el mejor amigo. Por todos los momentos en los que me dejé
arrastrar, por el daño que haya podido causar sin darme cuenta, por no darme
cuenta, porque las palabras huecas pueden ser los más afilados cuchillos aún
sin pretenderlo, por no saber mirar, por no saber escuchar. Por quejarme, por no llevar a mi cara la sonrisa necesaria. Porque a veces,
aunque ames, puedes martillear los clavos cuando realmente quisieras subirte al
madero para bajarle a Él. Por no saber.
Porque perdón es una hermosa palabra
cuando la pronuncia el corazón y cuando la escuchamos con los oídos del alma.
“…y entonces vete a presentar tu ofrenda”.
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