Este es uno de esos fines de semana en los que la dicha de
sentirse afortunado me ha superado. Y porque me ha superado la consciencia de
la fortuna, no paro de pensar en los que no lo son, y no sé quién me produce
más tristeza si quienes no los son porque no conocen a Dios porque nadie les
ha hablado de Él, o aquellos cuya frialdad de corazón le cierra las puertas
prefiriendo ganar el mundo y perder la Vida; lo desconozcan o no lo quieran escuchar,
para todos es la Redención y a ellos les ama tanto como a mí.
El caso es que este empacho de felicidad, esta piñata de
sentimientos y fe, comenzó con un golpe de efecto inesperado. Justo cuando me
disponía a entrar en la Vigilia de Oración por la profesión perpetua de Damián
y Víctor de repente oigo “el señor del Blog, tú eres el señor del Blog”, ni más
ni menos. Puede resultar una expresión más, pero viniendo de quien venía me
hizo enrojecer casi de vergüenza. Que una mujer joven, que entrega su tiempo,
su esfuerzo y sus talentos a la propagación del Carisma Redentorista me dijera
a mi todo lo que me dijo es casi un sinsentido, sinsentido que agradezco, pero
inmerecido. Que además me presentara a su compañero en ese trabajo ya me hizo
querer desvanecerme entre la masa, porque son ellos quienes realmente merecen
admiración, agradecimiento y respeto.
Pues ni más ni menos que así, con el corazón bombeando a
rienda suelta, entré en la Capilla de PS. Menos mal que siempre llego con
tiempo suficiente para serenarme. Lo primero que hice fue recordar a mi mujer que
había salido para el Monasterio de la Encarnación a enterrar a su tía, una
jovencísima Carmetila de 97 años que entregó su vida al Señor tras 67 años en
la clausura por el mundo. María, me temo, debió de pisar bien el acelerador de
vuelta, porque aunque al final, sí que pudo llegar para acompañar y abrazar a
Damián y a Víctor. Bueno ¿qué decir de la Vigilia? En fin, la espiritualidad de
Damián hecha palabra, y el descubrimiento, tras escuchar a su hermano, de que
el sentido del humor de Víctor debe ser familiar. Como ocurrió al día
siguiente, en la Profesión Perpetua. De esto, de la ceremonia de la Profesión
no contaré nada porque ya lo he hecho para otro sitio. Sólo que estar ahí con
mi mujer y mis hijas, siendo testigo de cómo dos jóvenes a los que quiero manifestaban
públicamente su compromiso de ser para siempre misioneros en la Congregación
del Santísimo Redentor, es algo que me emocionará mientras viva. Espero que,
igual que yo jamás olvidaré esa tarde, ellos puedan sentir siempre cálido y
cercano el abrazo. El abrazo intenso con Víctor, y ese “hermanito” con el que
siempre me regala Damián. Gracias chicos por vuestro SÍ.
La culminación de los preparativos durante el día con una
ilusión especial, haciendo entre todos lo que podíamos bajo la batuta de un sacerdote Redentorista,
y cuando a uno le dirige el Herbert von Karajan de la espiritualidad,
eficiencia y naturalidad de su Congregación, las cosas sólo pueden salir bien; al
menos, salen directamente del corazón.
“Papi, qué bonito estaba el arco con los pompones de colores”.
Palabras de mi hija Toya, que lejos de ser una frase más de una niña, me hacen
darme cuenta de que cuando uno no vale, cuando uno no sirve, no puede centrarse
en su propia debilidad, sino que, esa debilidad puesta al servicio de algo más
grande, se vence. Y yo, que tengo vértigo, pero de esos vértigos reales que le
impulsan a uno a lanzarse al vacío, me vi a mi mismo colocando la escalera,
encaramándome a lo alto y atando uno a uno los pompones que me pasaba Lolita. Un símbolo.
Todos afanándonos para que el resultado fuera el que Damián y
Víctor se merecen.
Un inolvidable fin de semana con el dulce y dichoso
sentimiento de pertenecer a una bendita Familia. Y aún no ha terminado.
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