Esto de internet, las redes sociales, blogs, etc., no deja
de sorprenderme. Impresiona cuando vas poquito a poco siendo consciente de cómo
se forman conexiones, muchas veces anónimas, e insospechadas totalmente, pero
en la mayoría subyacen búsqueda y pasión comunes; otras veces simple
curiosidad, un cierto apoyo, o tratar de encontrar información que nada tiene
que ver con este Blog. Esto último me hace bastante gracia, gente que, a través
de google, trata de encontrar guarradas irreverentes y se encuentra con una de
mis entradas sobre un reportaje fotográfico de una actriz española en cueros en
una Capilla ¡me imagino sus caras de decepción!
Pero también aparecen quienes se unen en oración por quien ni siquiera conocen, personas con las que compartir. Me
encuentro sobrepasado con visitas de los cinco continentes, visitas desde algún
país donde el acceso a internet es bastante más que difícil y en el que ser
cristiano es un delito, y ahí siguen, con la misma periodicidad, leyendo lo que
un torpe hombre va tecleando, lo que a un minúsculo puntito del planeta le sale
del corazón. Porque eso y no otra cosa es lo que escribo, sin intención ni de agradar ni de ofender, lo que me sale
del corazón; eso sí, con Cristo en el corazón y el corazón en las yemas de los
dedos.
Recibo bastantes mensajes que no son publicables, y que me
hacen temblar cuando me enfrento a la plantilla de Word en blanco, porque jamás
pensé que esto pudiera tener la más mínima repercusión en la vida de nadie; confieso
que me confunde y en ocasiones me infunde demasiado respeto. Haber perdido hace
ya tiempo el pudor al hablar de mi fe, que el centro de mi vida sea El que es,
tanto en mi casa junto a mi mujer y mis hijas, como de puertas afuera (porque
no hay ni espacios, ni separaciones, ni compartimentos); querer vivirlo, que es
tanto como querer gritarlo, y hacerlo; compartirlo, y la respuesta de todo ello…
lo que más claramente me muestra es la
cantidad de “yos” que hay repartidos por el mundo.
Y todo porque alguien me aconsejó un miércoles 23 de junio que
escribiera; era la segunda vez que nos sentábamos a hablar y, ya desde la primera, suelo
evadirme mentalmente a ese despacho acristalado, que echaré de menos, donde siempre
encuentro al Señor. Lo que obviamente no me dijo es que lo hiciera público; eso
ha sido cosa mía, que cuando uno pierde los miedos se encuentra haciendo las
cosas más insospechadas. Y aquí me encuentro unos seis meses después y con unas
seis mil visitas. Agradezco todas, todas; la de algún joven desconocido que
duda, la del solitario reconfortado por compartir la fe, las lejanas y las más
cercanas. Vuestras dudas, vuestras certezas, vuestra presencia también me
sostiene a mí.
Pero todo se ha vuelto tan grande y tan natural, que continúo
con la misma naturalidad con algo tan sencillo como contar lo que siento,
porque, como hace poco me escribió un sensacional joven laico Redentorista no
es más que “dar salida a algo que explota si no se cuenta, algo que no se puede
callar”. Y a mí eso me pasa desde que me levanto hasta que me acuesto, sin
estridencias, y de la forma más normal. Tan normal y natural como la vida, y no
hay nada tan normal y natural como la Vida de la mano de Jesús.
Estas líneas de hoy van explícitamente dedicadas a un joven
estudiante universitario de Sevilla que hoy me ha enviado un comentario que no
publicaré –sé que agradecerás que no lo haga- y a quien no conozco. Sólo te
repetiré lo que decía San Alfonso: “no se puede honrar de mejor manera a Dios,
nuestro Padre, que a través de una CONFIANZA sin límites”; los miedos y las
dudas no las resuelve uno solo. Y sí, también los tienes allí. Ánimo y
confianza: c/ Espinosa y Cárcel 43, Parroquia del Santísimo Redentor.
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