Gracias por esa llamada. No hace falta que te lo diga, porque
tu ya lo sabes. Igual que sabes que absolutamente nada de lo que escribo es
literatura, y que cuando quiero, QUIERO.
Aquí me tienes, y a María, para todo lo que te haga falta,
con la misma restricción que tenemos para nosotros mismos: nuestras fuerzas.
Eres todo un hombre, un hombre sensato y firme; más allá de una buena persona,
eres un hombre joven con lo más importante, con Dios a tu lado y en ti. Todo
esto te lo dije recientemente en casa, esos días que estuvimos comiendo mano a
mano, cuando nadie podía imaginar nada.
Un atrevimiento por mi parte me llevó a conocerte a fondo, y
a quererte rápido y como se hace cuando es de verdad, plenamente y sin
cortapisas. Y en eso todo el mérito es tuyo, tu corazón, tu enorme corazón. Vas
a sentir el calor de muchos, sin duda, y no va a ser más que el reflejo de todo
lo que llevas sembrado en los que te conocemos.
Tienes a Dios, siempre tienes a Dios, siempre le tendrás de
tu lado; y a tu familia, y a tus amigos y a tu Comunidad. Y a mí. Nunca olvides
que nos tienes también a nosotros. Que nunca te tiemblen el pulso ni la voz,
porque sabes hace tiempo que somos tuyos. Más allá de frivolidades, tú y yo lo
sabemos.
Tu padre ya goza de la Redención, ya está con el Señor, y no
podrá sino mirar satisfecho y complacido el extraordinario hijo que tiene.
Y si alguien lee esto, sólo le pido una Oración por él, por sus
hermanos, por su familia.
Y por su padre, que ya descansa en la paz del Señor.
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