Menudo día del padre intenso. Intenso de verdad. El despertar
con las caritas de emoción de dos jovencitas de cinco y siete años – Paula y
Toya- con los regalos hechos en el colegio para su padre, para mí. Unos ojos
inyectados de emoción, de felicidad, de alegría; ávidos por comerse el mundo a
bocados de inocencia. Dos sonrisas abiertas a la esperanza y cuatro brazos para
acoger el Amor.
Eso tuvo lugar esta mañana en mi casa, y con algo muy
parecido, la misma expresión en los ojos, similares sonrisas e idénticos brazos
me he encontrado esta tarde en la Casa Dolores Sopeña de Madrid. Las edades
tampoco eran las mismas, ni los nombres. Éstas últimas, Mane y Mariela
renovaban sus votos como religiosas del Instituto Catequista Dolores Sopeña. ¡Y
yo estaba ahí! Que sí, que yo he sido testigo.
No sólo testigo, es que la propia Mariela me dijo que leyera
la Primera Lectura. Buffffffffff ¿Yo?. A ver, pero ¿he entendido bien? Pues sí, que he entendido bien. Si ya
era un honor que Mane me invitara, esto fue un lujazo inmerecido se mire
como se mire. A mi, leer en misa me impone, me infunde un respeto especial,
porque lo que se lee es la Palabra. Y yo quise que esa Primera Lectura fuera no
sólo para los que allí estábamos, sino explícitamente dirigida a ellas. Siempre
procuro hacerlo con claridad suficiente, saboreando cada palabra, para que todo
el mundo pueda escucharla sin problemas, pero hoy traté de hacerlo con un
cuidado especial y con un cariño directo por ellas dos. No suelo levantar mucho
la mirada del Libro por mis problemas con la vista, pero hoy sí quise hacerlo,
como intentando que además sintieran la cercanía de mi corazón. No había riesgo
de perder el hilo, porque simplemente estábamos en familia. Y en familia todo
sucede con naturalidad.
La homilía del P Manuel Cabello CSsR fue simplemente
imponente (qué voy a decir yo de un Redentorista), pero es que es cierto que su
cercanía alcanza a todos, seamos o no parte de esa Familia. Y además Damián a
la guitarra, llenándolo todo con el regalo de su voz. Bueno, llenando lo que
quedaba libre, porque lo que realmente inundaba todo era la felicidad y
generosidad de estas dos mujeres que una vez más le dicen SÍ a Cristo, “al
estilo Sopeña”. Dos chicas que son un auténtico ejemplo para todos los jóvenes
que necesiten resolver dudas y despejar miedos, porque son una muestra de que
la entrega es una recompensa en sí misma.
Pero había otra jovencita que tampoco cabía en sí; la
delataban sus ojos, su sonrisa. Sí Beni ¡pero qué contenta estabas! Y no es
para menos.
Un delicioso final del día del padre entre muchas caras
conocidas, con la anécdota ya recurrente de que la mayor de las hermanas
creyera que yo era cura: hermana, sí soy padre, pero de dos niñas pequeñas. Además,
pude conocer a un individuo con quien comparto conocidos comunes, Javier Montes
SJ.
Todo perfecto, porque incluso la preocupación que me produjo
no ver a un amigo con quien había quedado, el dolor de la causa, se tornó en
motivo de compartir la propia vida en familia cuando escuché en alto la
petición de Mane por su padre y por él mismo.
Mi enhorabuena a vosotras dos, mi enhorabuena al Instituto,
mi enhorabuena a la Iglesia. El sábado anterior, durante la Profesión Perpetua
de dos queridísimos amigos como misioneros de la Congregación del Santísimo
Redentor sentía que San Alfonso estaría pensando “esos son mis chicos”. Pues
estoy convencido de que esta tarde Dolores, con un cariñoso codazo, le habrá
dicho: “Alfonso ves, esas son las mías”.
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