Comprendo que es un tema delicado, lo que no comprendo es que
se les hable de una determinada manera a unos niños de seis ó siete años. Me
refiero ni más ni menos que al infierno. Peliagudo, enrevesado, incómodo, difícil,
pero el asunto ahí está, eso es evidente. Cómo afrontarlo es otra cosa, y mucho
más importante, cuándo. Sobre todo porque hoy en día la catequesis para la
preparación a la Primera Comunión se desarrolla a lo largo de tres cursos. Por
suerte han quedado atrás esas formaciones de hace mucho tiempo, condensadas en
unos pocos meses, e iniciadas con el “¿Eres
cristiano?” “Sí, soy cristiano por la Gracia de Dios”. Una retahíla de dogma y
doctrina a memorizar.
Es cierto que, en muchos casos, falta una mínima doctrina, una base sólida,
unos mínimos conocimientos, adecuados eso sí a la edad. Hay bastantes sitios en
los que los niños simplemente se divierten sanamente, pero donde no se les
prepara para que les quede claro qué es lo que van a hacer al comulgar por
primera vez, que no tienen ni idea de las bienaventuranzas o el credo, por
ejemplo; es decir, no conocen los fundamentos de su fe. Y eso también, indudablemente, es una pena.
Evidentemente no hablo en absoluto de aquellos que se preparan en mi
Parroquia, donde se conjuga la formación con la vida bajo la alegría del
Evangelio.
El caso es que sí, que me han llegado noticias de niños a los
que se les comienza a hablar tal cual y crudamente del infierno, y justo en un
lugar donde la catequesis se empieza en primero de primaria, y no en segundo
como es lo habitual en la diócesis de Madrid. Me parece terrible acercar el
Evangelio a nadie, pero mucho menos a unos niños pequeños, bajo el signo del
miedo y la amenaza. Terrible, triste, peligroso y grave. Además de equivocado y
falso. El escándalo radical de Cristo es precisamente la Redención
sobreabundante: para todos. Y el signo de Dios
Padre el Amor infinito, la entrega de su propio Hijo; Copiosa Apud Eum
Redemptio. A partir de ahí, nuestro libre albedrío. Y los pecados fundidos hasta desaparecer en el calor del Amor de Dios.
Y como consecuencia de ese Amor contagioso, una reacción
expansiva en los demás. Y todo bajo un encuentro directo y personal con el
Señor, encuentro que jamás se conseguirá bajo la amenaza ni el miedo, sino con
la vivencia íntima, personal, en y con los demás. Y fruto de esa experiencia,
de ese Amor, la práctica enseñándoles también a pensar y a decidir. Cielo e infierno están ya a aquí.
Sólo falta que les hablen del demonio rojo, con rabo,
cuernos y tridente. Pues también puede estar escondido bajo un alzacuellos impoluto, igual que
un alma pura puede habitar en un burdel de carretera. Y podemos encontrar al del tridente enredado entre las palabras de una bien intencionada persona
atemorizando a unos niños pequeños.
Creo que somos una familia realmente afortunada y tratando de
contagiar, porque vivimos nuestra fe, crecemos en ella con la Familia
Redentorista. ¡Qué bonito nombre! ¿Verdad? Un nombre que viene al pelo para
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