Esta noche he estado viendo un incalificable reality en la
televisión (lo de incalificable obviamente es por no hacerlo, porque se me
ocurre una lista interminable de adjetivos), y vistos los protagonistas he
llegado a la conclusión de que nos pongamos como nos pongamos el tamaño sí que
importa; el tamaño y la intensidad. Los comparo con la inmensa mayoría de la
gente que conozco y llego a la misma conclusión, y si además lo hago con
varios grupos concretos de personas me temo que esa aseveración de que el
tamaño importa es empíricamente incontestable.
Sí, como todo el mundo se imaginará me refiero a un músculo
venoso y elástico. Creo que hemos de realizar un sano ejercicio de humildad y
reconocer que no se trata de una frase hecha, sino de algo que todo el mundo
piensa pero no se atreve a reconocer abiertamente. Es más, me temo que tan
importante es el tamaño habitual en reposo como la intensidad de su dilatación.
Y sí, cuanto más grande es y más intensa su dilatación mayor es el placer que
produce. No sé si decepcionaré a alguien o no con mis palabras, quizás puede
que haya quien se sorprenda o incluso escandalice porque yo diga algo así, pero
aquí no estamos para mentir, y a todos nos llega el momento de hablar con
claridad. Lo repito, cuanto más grande es muchísimo mayor placer produce.
Un placer intenso, casi eterno que te puede llevar al éxtasis;
un gozo capaz de inundar todos los sentidos de la persona y que alcanza a uno
mismo y a todos cuantos toca. Frente a la frivolidad absoluta y lo efímero y
perecedero que acabo de ver en la televisión (alegremente compartido entre
madres e hijos); frente al aquí te pillo aquí te mato expresado de una manera
abierta o bajo velos de un pijerío superestupendo; frente al culto a uno mismo;
frente al disfrutar del momento con quien sea, como sea y donde sea, yo conozco
otras muchas personas que gozan y hacen gozar con su músculo venoso y elástico.
Sí, porque tienen un corazón generoso, incansable, enorme, cargadito de venas y
sin parar de bombear Amor por los demás. Gente con unos corazones capaces de dilatarse
hasta el extremo con todo el que lo necesite, con los más necesitados; que
piensan en cualquiera antes que en ellos mismos; que no descansan y cuando se
acuestan ofrecen su día al Señor. Los veo cada día, los trato cada día y sus
caras, tanto las iluminadas por la ilusión juvenil como las ajadas por los surcos
de los años, reflejan el mismo gozo contagioso.
Esa es la realidad que yo conozco, aunque no salga en la
tele, aunque no se mida ni por el éxito material, ni por el físico, ni por los
índices de audiencia; simplemente les mueve el anuncio de la
Buena Noticia de Jesucristo.
Y he de confesar que a mí, ese músculo venoso y elástico
realmente “me pone”; en marcha para seguirle a Él, pero me pone.
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